viernes, 16 de junio de 2017

Javier Sáez de Ibarra: «Si esperamos a que se hunda el capitalismo para tomarnos una cerveza, seguro que se nos calienta»

Es difícil que te caiga mal alguien con quien, minuto y medio después de conocerlo, ya estás hablando de puros y patxaranes. Es lo que tiene que el autor y un servidor sean medio paisanos de una tierra que comienza la celebración de sus fiestas mayores con un muñeco que se convierte en humano. “Como Pinocho”, exclama Encarni, editora de Páginas de Espuma junto con Juan Casamayor. No es lo mismo, pero la comparación sirve para que la entrevista se demore más tiempo de lo previsto, a pesar de la insolente puntualidad de los trenes que regresan a Madrid desde Sevilla.

Colegas de piso, parejas, padres e hijos, amigos… Todos en situaciones de precariedad laboral, de fracaso. Y en todos los cuentos sobrevuela la honestidad, el cariño, la solidaridad. Por su parte, el autor también imprime a cada una de las historias del libro una cuidada dosis de humor. ¿Son el amor y el humor los salvavidas a los que aferrarnos en esos tiempos convulsos que provoca la crisis?
—Como mínimo, en un ochenta por ciento, sí. El amor nos salva siempre. Hace falta la lucha social para la mejora de esas condiciones, claro, porque si tienes un contrato precario o un sueldo con el que ni siquiera puedes vivir, al final el amor se resiente y el humor se convierte en mal humor. Por eso digo que no nos salva del todo. No me convence la idea del nido de amor como refugio de ese mundo horrible, no. Pero tampoco somos Superman y no creo que uno pueda estar luchando permanentemente. Incluso diría más: creo que el amor forma parte de la lucha.

Un capítulo del libro, “La gran huelga”, está escrito a modo de diálogo entre varios compañeros y con frases muy cortas, como si fuera una conversación de Whatsapp o de mensajes de Twitter. Algunas de esas frases, permítame la licencia, funcionan de manera independiente como aforismos y a mí me han servido para convertirlas en preguntas.
Por ejemplo: ¿”El que hace huelga siempre tiene razón”?
—Sí, siempre.

También afirma: «El odio es lo más importante. El odio lúcido, no el personal». ¿Cuál es la diferencia?
—Por odio personal entiendo el enfado con alguien que me cae mal o me ha hecho una faena, porque no le puedo perdonar. En cualquier caso, creo que hay que superarlo. Y cuando hablo del odio lúcido… La palabra “odio” es muy fuerte, pero a lo que me refiero es a no olvidar las injusticias. No tanto que yo odie al señor que se aprovecha de los trabajadores o los explota, sino que no me puedo olvidar de lo que pasa. De ahí la lucidez: la conciencia de un mal más que un sentimiento destructor.

—«La huelga es el tiempo que nos quitamos para brindárselo al futuro».
—(Sonríe) No lo había pensado, pero ahora que lo has leído sí que funciona como un aforismo… La huelga, claro, es el último recurso. Yo he hecho muchas huelgas, como profesor de instituto, y hay compañeros que no pero que luego se quejan de la ley tal, se quejan del futuro pero no se mueven. Piensan que la huelga no vale para nada más que para perder dinero. Bueno, sirve también para dar ejemplo de honestidad moral, incluso a los alumnos. En ese sentido, es una apuesta de futuro como forma de reivindicar que no nos rendimos.

—«Todo el que hace huelga tiene razón. Siempre. Pero la razón no mueve el mundo. Sino lo contrario». ¿Es esto una crítica a la razón pura, señor Kant?...
Weber habla de la razón que mueve el mundo, que es una razón económica. La racionalidad al servicio de la economía. Si yo trabajo pero no gano lo suficiente para vivir, eso no es razonable. Si tenemos un servicio productivo que provoca el calentamiento del planeta, eso no es razonable. Si yo antes me podía bañar en un río y ahora no porque está contaminado, eso no es razonable. Es lo contrario de la razón: la irracionalidad.

Y al final de ese intercambio de diálogos en el relato, concluye usted: «Y luego, irse a tomar una cerveza»…
—Claro. Si esperamos a que se hunda el capitalismo para tomarnos una cerveza, seguro que se nos calienta. Habremos perdido la vida. Sabemos que nuestra resistencia y nuestra capacidad de lucha son limitadas. Esto puede sonar derrotista, pero creo que es sensato. Por eso no debemos abandonar ni a los amigos ni la lucha.

El libro cierra con una tercera parte, un capítulo único titulado “Cuento capitalismo”. ¿Es el capitalismo el gran cuento chino que nos han contado?
—Obviamente, sí. Lo que pasa es que es un cuento muy bien contado y muy bien impuesto. Cuando la gente pronuncia la famosa frase “Esto es lo que hay”, eso es un cuento. Lo que hay son muchas más cosas. Hay que superar el cuento para ver lo que de engaño hay ahí. Por eso este cuento está puesto en el libro en último lugar. Es la teoría que enmarca la realidad y que permite situarla y comprenderla. No se trata sólo de quejarse, sino de averiguar el por qué, la lógica que hay detrás de la protesta.

lunes, 23 de enero de 2017

Fernando Sánchez Calvo: "Una cosa es ser sentimental y otra un llorón literario"

Llega a nuestras manos la primera novela de Fernando Sánchez Calvo, De la vida vulgar (Triskel Ediciones, 2016); donde volvemos a encontrar la voz singular de este autor madrileño, así como buena parte de los temas que le son tan caros. Una vez más, y ya van dos, desde este blog, le agradecemos que nos dedicara un poco de su tiempo para responder a este breve cuestionario.

Esta novela, De la vida vulgar, supone su primera incursión en este género narrativo. ¿Se ha sentido más cómodo, ha disfrutado más con ella que con los cuentos?
—Se puede decir que he disfrutado de la incomodidad de la primera vez. Más habituado al cuento, cuya estructura y trabajo es más implosivo, parecido a un poema, me he deleitado con el “dulce sufrimiento” que supone enfrentarte a un técnica, una extensión, que en principio no dominabas. Aun así, tenía la estructura de ésta ya trazada, lo cual ayuda, y mucho. No es que el cuento no necesite una planificación, pero con que te ronde diez días por la mente es suficiente. En cambio, en la novela me he tenido que poner a dibujar, como si fuera un arquitecto, la estructura previamente.

Y al igual que en sus cuentos, la familia, con todos sus secretos y sus miserias propias, vuelve a ser clave. ¿Es la familia una fuente inagotable de inspiración?
—La familia nunca se agotará. Por lo menos en mi caso. Los padres y los hijos existirán siempre, y en la literatura también.

El protagonista de la novela es un personaje despreciable, odioso. ¿Cuál es el motivo para darle ese rol central?
—El motivo es indagar en un concepto que ya se inventó en el siglo XX: el antihéroe. Dado que el tema central, en mi opinión, de la novela, es la incapacidad del ser humano para superar la muerte de los seres queridos, tenía el deber moralmente literario de perfilar un carácter destructivo, misántropo, que no estuviera a la altura de su familia.

¿Usted odia a Daniel, el protagonista de la novela?
—Si existiera, no me caería en gracia, pero más que odiarlo lo compadecería. En esta vida, y en la otra, en la ficticia, me producen hilaridad las personas que vuelcan sus problemas sentimentales o de cualquier otra índole en los demás. Son tan ridículos y esperpénticos que, vistos desde la distancia, me divierten.

Muchas mujeres rodean al protagonista, y ninguna puede salvarlo de su destino. Estos personajes femeninos aparentemente secundarios, ¿lo son en realidad?
—No son secundarios. Sí en su individualidad dado que cada una de ellas por sí sola no aparece ni una décima parte de las páginas que aparece Dani. Pero yo prefiero concebirlas a todas como distintos tentáculos de un pulpo, es decir, distintas caras pertenecientes a un ente común que, como usted dice, por mucho que lo intentan no pueden salvar a Dani. Cuando el ser humano se obceca ridículamente en no querer superar las tragedias, ni la mejor de las voluntades puede convencerlo de lo contrario. Querer fracasar es muy fácil, y vende mucho. En el fondo Dani imposta su tragedia.

Sabemos que autor y narrador son individuos distintos. Aun así, ¿teme las comparaciones? ¿Le asusta que alguien trate de buscar similitudes donde no las hay?
—Siempre me ocurrió y lo tengo merecido. Intento reproducir ambientes que viví o vi porque escribo más convencido y me sueno más natural si por lo menos domino el vocabulario o sensaciones de algo de lo que fui testigo o protagonista, pero yo no soy Dani. Y si lo soy, todos los que hemos perdido o perderemos a nuestro padre somos Dani. Puede parecer pretencioso, pero yo supero de manera más honesta que mi personaje las pequeñas y grandes tragedias domésticas.

Una vez más, como en toda su narrativa, el sentido del humor es pieza fundamental. Cuéntenos más.
—El humor dignifica el llanto y nos salva de una literatura sensiblera que no aporta nada nunca. En ese sentido nuestra cultura, la española, lo ha hecho muy bien siempre. Desde Quevedo con su Buscón hasta Javier Marías. Una cosa es ser sentimental y otra un llorón literario. Lo último que se puede ser en esta vida y literatura. Además, el humor nos da otra perspectiva, poliédrica si se quiere, de los personajes, porque ellos pueden estar diciendo algo y tú ves luego como lector que hacen otra cosa, y eso, francamente, es muy divertido. La contradicción es divertidísima.

Y una vez más también, el teatro: referencias a su querido Valle-Inclán, una obra de teatro dentro de la novela, la importancia de los diálogos. ¿Hasta qué punto permite que el teatro se cuele en su narrativa?
—En esta novela es un capítulo, en mi opinión, bien utilizado, dado que es un enfrentamiento potente entre Dani y su familia al modo del más puro western. De ahí que el drama vivido y escrito por el protagonista se titule Sin perdón. Si lo utilizaré más veces, no lo sé. Me encanta romper las formas, pero deben estar justificadas con lo que ocurre en la novela.

El protagonista busca la huida, su salvación a través de la literatura y de las palabras. A él no parece que puedan salvarlo. ¿Nos servirán a nosotros?
—Si no nos sirven, si no nos redimen, por lo menos nos aliviarán.

Por último, varias preguntas extraídas del primer párrafo de su novela: ¿quién decide?, ¿quién hace saber?, ¿quién calla después? A usted le dejo el contexto de la respuesta.
—Decide siempre la otra o el otro. Lo hace saber el mismo que decide. Calla quien tiene más dignidad y sentido del ridículo y la discreción. El contexto, que lo pongan los lectores cuando disfruten (o no) de la novela.