viernes, 13 de mayo de 2016

Felipe R. Navarro: «No entiendo lo del sufrimiento escribiendo»

Quince años después de su libro de relatos Las esperas (Ed. Renacimiento, 2000), el autor malagueño Felipe R. Navarro reúne una nueva colección de cuentos bajo el título Hombres felices.

Hizo usted literalidad del título de su primer libro y las esperas han durado quince años. ¿Por qué tanto?
—Los nombres son importantes, se dice en El Quijote. La elección del nombre define… La verdad es que en un momento de mi vida tomé una decisión personal y aparté la literatura de mi lado. Pero como soy abogado y los abogados somos gente poco honrada, he vuelto a las andadas. Empecé de nuevo de manera un tanto casual, escribiendo notas en borrador, en Facebook… Mi hermano me animó a crear un blog y a los dos meses me di cuenta de que se me estaban montando una serie de textos que no tenían nada que ver con lo que yo pretendía (puro entretenimiento) pero que estaban explicando una cosa. A partir de ahí, lo tomé en serio y me propuse ver hasta dónde podían dar de sí. Fue una decisión consciente el dejar la literatura y una decisión casi inconsciente el retomarla.

Sin destripar el contenido del libro, quizás sí se pueda decir que la rotundidad del título no se corresponde exactamente con lo que uno va a encontrarse en el interior. Es verdad que hay hombres felices pero también hay otros que no lo son tanto… ¿Cómo llega a ese título?
—Hay una cita de Tawfiq Al-Hakin que descubrí en 2003 y que dice: «El que tiene una vida feliz no la escribe y se dedica a vivirla». Me pareció muy potente y creé una carpeta que se llamó “Hombres felices”. Años después, cuando me pongo a montar el blog, recupero ese título y, cuando recopilo los textos que en él he estado escribiendo, veo que responden a esa idea. De alguna manera, todo lo que estaba haciendo había saltado hacia atrás en el tiempo y se estaba encajando en esa idea. Efectivamente, es un título engañoso porque no es un libro sobre la felicidad. Si me apuras, es casi sobre todo lo contrario. Pero sí es cierto que hay gente feliz, que en un momento descubren esa iluminación, esa epifanía y, además, en situaciones ordinarias, corrientes.

Y todo eso lo hace en una sucesión de relatos muy cortos. Sin embargo, llama la atención uno, mucho más extenso que los demás, y que ni siquiera lo protagoniza un hombre feliz, sino una mujer, no precisamente muy feliz por las circunstancias en las que vive. Creo que ese relato explica muchas cosas de usted como autor, de la estructura y justificación del libro. Llama también mucho la atención la figura del narrador, que aparece también como protagonista. ¿Puede ser él, en este caso, el hombre feliz?
—No sé si es feliz, lo que sí es muy honesto contando lo que está contando ahí. Es el último cuento que se incorpora al libro. Yo llevaba mucho tiempo dándole vueltas a qué podía incluir para que se activase todo el mecanismo. Me costó mucho porque, de las tres capas de reflexión que contiene el relato, era muy sencilla la primera, relativamente sencilla también la segunda pero la tercera, que era que el narrador estuviera ahí y se adueñara del cuento, me interesaba muchísimo. Cuando lo terminé me di cuenta de que el cuento actuaba como presentación y casi como resumen de todo el libro.

En ese cuento hay varias frases que podrían definir su forma de enfrentarse a sus relatos. Hay una que me ha llamado mucho la atención y que dice: «Para sobrevivir nos construimos como metáforas». ¿Necesitamos disfrazarnos, engañarnos, para ser felices?
—Sí que necesitamos determinados escudos. En ese sentido, ese convertirnos nosotros en metáfora o en parte de un relato, me parece necesario. Es una de las pocas herramientas que tenemos para, al menos, ponernos al comienzo del camino. Organizamos nuestra vida a base de imágenes que están destinadas al otro siempre, de forma permanente. Y eso para mí es construirse como metáfora. Permanentemente estamos sometidos a construcciones narrativas aunque no lo sintamos, es algo natural.

En el relato El modelo todo gira en torno a un cuadro de Edward Hopper. Y lo que he visto en sus relatos es eso, cuadros de Hopper, No hay una narración lineal al estilo clásico (presentación-nudo-desenlace) sino que presenta y desarrolla un escenario o un momento puntual de la vida de los personajes. ¿Era su intención hacerlo así?
—Sí. He huido de manera deliberada del planteamiento clásico, porque hay una idea que desde hace mucho tiempo me da vueltas y que tiene que ver casi con el teatro. Me interesa mucho conocer cómo uno se desenvuelve en una escena concreta, más allá de la historia completa. Ahí no hay nudo, no hay desenlace. Me interesa el momento concreto. Lo que suceda después no me importa, no me interesa cómo se resuelvan las historias, porque no dependen solamente de uno mismo, porque no somos los únicos que intervenimos en la historia. Y eso excluye someterse a la estructura clásica del cuento calderoniano.

El hecho de escribir le produce felicidad o es, como sostienen algunos autores, un tormento, un dolor?
Murakami, en su libro De qué hablo cuando hablo de correr dice que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. Yo, que me pagado la carrera trabajando y que he realizado jornadas de trabajo físico de doce o catorce horas, no entiendo lo del sufrimiento escribiendo. El que lo sufra, que se vaya a trabajar al muelle… Yo pretendo divertirme haciendo lo que hago. Si yo no me lo estoy pasando bien, ¿para qué seguir? No me pagan tantos derechos de autor como para que merezca la pena el que yo pase un mal rato.

El libro se cierra con lo que usted llama “la ineludible nota” de agradecimientos. ¿Es este “relato autobiográfico”, si me permite llamarlo así, en el que más hombres felices aparecen?
—Sí que es cierto que es un relato autobiográfico y que explica mucho cómo este libro ha sido posible. La gente que está ahí me ha colocado en esa posición de la escritura y me han descubierto el término de “obligación moral”: tú sabes hacer una cosa, hay gente que le gustaría hacerlo y no saben o no pueden, y tú tienes la obligación moral de ir hasta el final con esa capacidad. La gente que me ha dicho que soy mejor persona escribiendo está ahí. La gente que ha visto lo que estaba escribiendo y me ha animado a continuar también está ahí. En ese sentido, sí es la historia de un hombre feliz. Y yo creo que el resto también están felices porque al final ellos también recuperan con este libro una parte de su historia. Esa nota explica mucho el por qué este libro existe.