viernes, 28 de febrero de 2014

Victoria R. Gil: «Los recuerdos son fundamentales para saber quiénes somos y de dónde venimos»

Tras más de veinte años de periodismo activo a sus espaldas, trabajando en revistas, radio y en la desaparecida “La Voz de Asturias”, Victoria nos presenta su primer libro de relatos, aunque ya había figurado como coautora en el libro de cuentos breves “PervertiDos” (Traspiés, 2012) y en la biografía de “José Antonio Coto. Una vida dedicada a la empresa y a Asturias” (Club Asturiano de la Innovación, Gijón, 2006). Por eso hemos querido entrevistarla para que nos cuente que supone publicar ahora este primer libro en solitario.

¿Por qué te inicias, profundizas y adentras en el complejo tema de la memoria con relatos breves?
Me interesa la memoria como elemento definidor de la identidad y quería preguntarme lo que ocurre con nosotros, con lo que creemos que somos, cuando esa memoria se altera por algún motivo. Es un interés muy personal, ya que tengo varios casos de Alzhéimer en la familia y muchas posibilidades de padecerlo en el futuro. Esa circunstancia, unida al descubrimiento de que, según los expertos, alteramos de modo inconsciente nuestros recuerdos con el paso del tiempo me hizo pensar que tal vez nuestra vida no sea más que un espejismo. Todo eso está en el porqué de este libro. Elegir un género como el cuento era inevitable porque buscaba plantear múltiples situaciones a partir de un único tema: la memoria y sus desvaríos. Un libro de cuentos te permite eso, que con los mismos materiales resulten conflictos diferentes, como un tangram es capaz de construir centenares de figuras con las mismas siete piezas. Esa libertad no me la daba una novela.

Tus relatos son densos y profundos, distan mucho de ser unívocos y tienen varias lecturas. Elaborarlos así, ¿fue una decisión consciente, con algún propósito?
Mi propósito fue el de hacerme preguntas y compartirlas con otros, quizás con la esperanza de que mis inquietudes fueran también las de ellos y surgieran algunas respuestas… o más preguntas. Siempre he creído que la lectura tiene un componente creativo muy importante. Un libro es uno para su autor y tantos otros como lectores llegue a tener. Para mí, en La curva del olvido hay, sobre todo, muchas dudas. No sólo sobre la identidad o el auto engaño, sino también sobre el modo en que entorpecemos las relaciones personales o saboteamos nuestra propia felicidad. Ojalá que para quien lo lea haya algo de esto y mucho más, sus propias preguntas, sus dudas más personales…

Una duda tremenda surge al leerlos, para la supervivencia, ¿crees que es tan necesaria la memoria como el olvido?, ¿en función de qué elegimos optar por una u otro?, ¿o acaso no elegimos?
Los recuerdos son fundamentales para saber quiénes somos y de dónde venimos, pero en ocasiones, esos mismos recuerdos son un lastre que no te deja avanzar. No olvidar nada de lo que nos ha ocurrido desde que nacemos debe de ser terrible, pero perder momentos del pasado que te han convertido en la persona que eres debe de ser aún peor. He jugado un poco con esa idea de que, en realidad, nunca sabemos cuál es el mejor camino para sobrevivir a la vida; que no hay soluciones, sólo opciones, y que demasiadas veces esa elección —cuando se nos permite elegir— únicamente depende del azar.

Tras ese estilo tan cuidado y personal, donde no se aprecian fácilmente influencias literarias directas, ¿hubo lecturas especiales?, ¿qué autores te han acompañado más?, ¿a cuáles sientes más cerca?
Soy lectora compulsiva desde muy pequeña, pero no sabría decirte de qué aspectos de Dolores Medio, Daphne du Maurier, Antonio Buero Vallejo, Óscar Wilde, Carmen Laforet, Ray Bradbury o Tennessee Williams, por decir algunos, me he apropiado. Quizás me siento cerca de Carmen Martín Gaite por sus temas y por el modo en que aborda las historias fantásticas, sin enfrentar ilusión y realidad, sino mezclando ambas hasta confundirlas con lo más cotidiano. Y, sin duda, soy deudora de Gabriel García Márquez más que de cualquier otro autor de cuentos y de los escritores hispanoamericanos más que de cualquier otra corriente cuentista. De un relato espero, antes que cualquier otra cosa, una historia. El estilo, la innovación, la tan traída y llevada sorpresa final… todo eso viene después, pero sin un corazón narrativo me falta lo principal. Seguramente sea un defecto mío, pero ya no tiene remedio. Lo que sí tengo muy claro es que si algo ha contribuido al modo en el que escribo son los más de veinte años que he dedicado al periodismo. Como dice un colega de profesión que también ha sido atacado por el virus de escribir cuentos: «No encabalgamos una subordinada ni aunque nos maten».

Por último, ¿estás contenta con la recepción que está teniendo?, ¿qué se siente al verse, esta vez sola ante el peligro, tras el escaparate de una librería?
Estoy muy contenta de haber llegado hasta aquí y encantada con la generosidad lectora que he descubierto a mi alrededor. No deja de asombrarme que haya desconocidos (a los amigos no les queda otra, los tengo amenazados a todos) que estén dispuestos a dedicar unas horas de sus vidas a leer esos cuentos que escribí sin imaginar que un día terminarían siendo un libro más en sus bibliotecas.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Fernando García Maroto: «La familia es un núcleo inabarcable de conflictos»

Hace menos de un año que se estrenó en este mismo blog con Los apartados, Premio Eutelequia de Novela. Ahora vuelve con su primer libro de relatos, La vida calcada, tras cruzar el charco para publicar con la editorial mexicana Paroxismo. Del cuento, la familia y otros nihilismos hablaremos a continuación.

Son sólo quince preguntas o flechas, no se preocupe. La vida calcada es su primer libro de cuentos. ¿Qué tal la experiencia y por qué siete?
El cuento es un terreno en el que, sin sentirme incómodo, me siento quizá un poco menos cómodo que en el de la novela, porque la exigencia del cuento es tremenda, casi más que la de la novela, y no admite distracciones ni fisuras; sin embargo, para mí es un placer enfrentarme a un cuento: cómo surge, cómo se va construyendo y cómo debe cerrarse, aunque pueda quedar abierto, que es otra forma de cierre. Por eso disfruto y espero poder seguir disfrutando escribiéndolos. En cuanto al número, ojalá pudiera argumentar algo más mágico, más imaginativo, menos prosaico que las imposiciones editoriales y decirle que tiene alguna otra justificación, pero mentiría.

Por cierto, ¿qué acepción le gusta más: cuento o relato?
Si he de elegir, me decanto por cuento, sin más; no tengo un criterio más profundo que mi gusto personal a este respecto.

Hay autores que escriben sus cuentos como descanso a la redacción de obras mayores en extensión, como es el caso de la novela. ¿Cómo afronta usted la creación de un libro de relatos?: ¿intercala la escritura de éstos con la redacción de otras obras o se dedica de lleno y de manera aislada a ellos como si de otra obra se tratase?
Existe de todo un poco: para mí, un cuento es ya una obra en sí misma, que merece idéntica consideración, atención y preparación, aunque en menor escala, que cuando ataco una novela; de otro modo, el cuento no funciona. No es una obra menor, ni un mero divertimento; mucho menos un descanso. Y si hablamos de un libro de cuentos, ahí nos encontramos además con el problema añadido de la selección, el orden y la temática, si es que se quiere seguir una línea argumental en el recopilatorio. No obstante, es inevitable, dado el tiempo que requiere cerrar definitivamente una novela, que la escritura de cuentos quede intercalada. Pero como le digo, en mi caso es una cuestión de tiempo: el cuento tiene el suyo, como lo tiene la novela.

En la novela su escritor modelo era Onetti. ¿Quién en el cuento?
El magisterio de Julio Cortázar es indiscutible y principal. Pero también el de Felisberto Hernández, por original, y el del propio Onetti, para la comprensión total de su universo. Y Borges, por supuesto, no puede faltar; sólo por citar a autores en castellano. También me gusta, por su concisión y su estilo tan diferente a los anteriores, otro argentino, Antonio di Benedetto.

Parecidos razonables entre el cuarto relato del libro, La única felicidad, y Familia de Fernando León de Aranoa.
Mientras lo escribía no era consciente de ello, pero al leerlo y releerlo para su corrección me di cuenta de que ahí había ciertas similitudes con la película que cita. Supongo que el inconsciente trabaja, selecciona y retiene algunas cosas buenas o experiencias que han significado algo, por más que cueste reconocerlo, para después sacarlas a la luz de la manera más inesperada. En cualquier caso, el de la película y el mío son dos puntos de vista muy diferentes, uno más amable que el otro, al tratar el tema de la soledad, y yo no escondo el hecho de que todo es una farsa, una mera representación: no me parece tan importante el descubrimiento del juego o del truco como el juego o el truco en sí.

¿Soy yo o se le ha “ablandado”, en el buen sentido de la palabra, el corazón al escribir estos relatos? Lo digo por comparación con su última novela, Los apartados, donde tanto el narrador como los personajes eran más cínicos, y lo digo también por cuentos como El blanco de los ojos o La vida calcada. ¿Hay alguna razón, vital o literaria, para haber cambiado la perspectiva?
Curiosamente, aunque han visto la luz después que la novela Los apartados, el grueso de estos cuentos está escrito antes que la citada obra; sólo unos pocos, que no son los que apunta usted, son posteriores, como por ejemplo Indefensión, El ruidito o El buscador infatigable, precisamente varios de los más duros, si puede decirse así.

Aun así, usted o uno de sus personajes dice, y cito textualmente: «Cada vez quedan menos cosas que me hagan sentir el escalofrío placentero o trágico de la emoción. Eso es lo que llamamos hacerse mayor.» Como diría Latino de Híspalis en Luces de bohemia, se nos ha puesto usted estupendo. Le voy a dar otra oportunidad: ¿qué cosas le hacen sentir todavía dicho escalofrío?
Para qué negarlo: la paternidad modifica la perspectiva; o si no tanto, al menos sí puedo decir que la suaviza y le añade matices diferentes que ayudan a comprender mejor ciertos aspectos, recordar emociones olvidadas, además de disfrutar con diversiones sencillas, o no tan cerebrales, tan abstractas a las que habitualmente tengo por costumbre. No obstante, mi visión del mundo no ha cambiado mucho, apenas nada.

Pongámonos metaliterarios. Allá va un tópico: ¿el cuento, género breve, refleja el tipo de literatura que el lector moderno, con prisas y sin tiempo, exige a sus escritores contemporáneos?
No lo creo. De hecho, a mi modo de ver, el cuento sigue siendo un género bastante denostado por el lector en general. Es extraño que un recopilatorio de cuentos suponga un verdadero éxito. Además, un buen cuento exige, y puede ser tan denso, tan profundo como una novela, sumando el lirismo que en ocasiones le es propio.

Otro clásico: ¿a quién se parece más el relato: a papá (la novela) o a mamá (el poema)?
Supongo que tiene de los dos, también según escritores. La pregunta malvada sería: ¿a quién quiere más: a papá o a mamá? Yo puedo decirle que intento que se parezca a la novela, simplemente porque lo que me gustaría encontrarme como lector en una novela también lo deseo en un relato.

Volvamos al libro. La “familia” es un concepto importantísimo en este libro y de ella no emanan unas connotaciones demasiado positivas. Defiéndase.
No puedo. No reniego de la familia, ni mis reticencias son de orden moral, religioso, político o socioeconómico, pero encuentro que la familia es un núcleo inabarcable de conflictos en la medida en que todos se conocen, conocen las debilidades ajenas, los trapos sucios y las mentiras cotidianas que hacen falta para avanzar. Es un polvorín que puede estallar en cualquier momento, y todos somos susceptibles de poder encender la mecha.

Dos de los relatos, El ruidito y El buscador infatigable son misteriosamente desoladores o dolorosamente enigmáticos. Como usted prefiera. No pido que los explique pero sí que nos dé a los lectores algunas claves para su lectura.
El ruidito encierra un juego, ya el diminutivo del título quiere dar una idea aproximada de lo que se va a encontrar el lector: ha jugado el escritor, juegan el narrador y los personajes, y, por lo tanto, debe jugar el lector. El buscador infatigable supone otra vuelta de tuerca en un tema recurrente para mí como es la muerte y el enfrentamiento ante la muerte, sea la de los seres queridos o la propia; esa ausencia de respuestas, el silencio de Dios, que diría Bergman.

Una con mala leche, para rebajar el tono de la entrevista. Usted habrá ganado algunos concursos literarios. Espero que Antúnez no exista o que al menos sea un alter ego de usted mismo.
Existe en las páginas. Yo me doy por satisfecho si en un concurso literario quedo segundo. Y ganar, lo que se dice ganar, sólo he ganado un premio.

A colación de esto, el mundillo literario, que es el suyo, tampoco sale muy bien parado…
Es ficción; pero si sale mal parado, se lo ha buscado él solo. El mundillo literario es como cualquier otro mundillo: por lo poco que yo he podido observar, hay peleas, discusiones, mezquindades y muchas envidias; pero también, de cuando en cuando, topas con gente honesta y estupenda. Personalmente, me esfuerzo por mantener cierto equilibrio, lo cual es complicado: quiero dar a conocer mi obra, pero intento estar en los márgenes de este mundo.

Salgamos de La vida calcada. ¿Qué narradores breves actuales le han marcado o le marcan y qué está preparando ahora mismo?
No tengo ningún referente actual en la literatura breve, porque supongo que Roberto Bolaño ya no puede considerarse actual dado el ritmo vertiginoso de nuevas publicaciones. He leído, y me gusta, a Eloy Tizón, y sigo los cuentos del rumano Mircea Cartarescu, que casi son novelas breves.
Mis siguientes proyectos para este año son dos, y ambos con editoriales digitales: una nueva novela titulada Las tablas del naufragio, que publicará Editorial Foc, y la reedición de una antigua, La distancia entre dos puntos, por LcLibros.

Por último, obligada y en la frente: «¿Dónde quedan esas lágrimas que nunca aparecieron por entre los ojos? ¿Y adónde van?».
No van a ninguna parte: quedan dentro, muy dentro de uno mismo.