viernes, 10 de octubre de 2014

Víctor Álamo de la Rosa: «La literatura es muy hija de puta y es ella quien decide si eres o no eres escritor»

Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1969). Poeta y narrador, ha publicado cuatro libros de poesía, seis novelas y dos libros de relatos. Su obra se ha editado en países como Francia, Portugal, Croacia, Brasil, Venezuela, Alemania, entre otros. Entre sus novelas destacan El año de la seca (1997), prologada por José Saramago, Campiro que (2001), cuya traducción francesa fue finalista del prestigioso Prix Fémina a la mejor novela extranjera, Terramores (2007) y La cueva de los leprosos (2010). Isla nada (2013) es su última novela hasta la fecha.

Isla nada cierra un ciclo dedicado a las Islas Canarias, el archipiélago que le vio nacer. ¿A qué obedece esa necesidad de hablar de su territorio?
—Efectivamente cierro un ciclo novelesco donde he querido conformar un mundo narrativo propio anclado a la idea de isla y de mar, para explotar ese lado mítico de la insularidad que tiene casi una microtradición literaria propia, porque las islas en literatura siempre han dado mucho juego. Recordemos por ejemplo a Stevenson y su isla del tesoro o a Cervantes y a su isla Barataria, sin ir más lejos. Más allá de lo obvio, es decir, que soy canario y por tanto un ser insular y que mi memoria, y sobre todo, la memoria de mi infancia, está anclada a una isla, a un territorio siempre cercado por el muro azul del mar, he de confesar que situar mis novelas en islas también obedece a esa intención puramente literaria de explotar también yo el misterio, la magia, las posibilidades y paisajes de las islas, insertándome también conscientemente en esa tradición literaria de la insularidad que tantas obras maestras ha dado a la literatura universal. Cuando mis novelas empezaron a traducirse en Francia, por ejemplo, me di cuenta de que allí se leían así, es decir, como novelas que se ambientan en islas misteriosas, míticas, casi irreales, lejos de la realidad geográfica que impone una cartografía y unos mapas que llaman Canarias al archipiélago donde nací. Este juego entre realidad y ficción me pareció muy literario y me dediqué a explotarlo en estas novelas que, aunque independientes, tienen mucho que ver las unas con las otras. Isla nada cierra el ciclo porque destruyo la isla mítica de mis narraciones pero también porque abro mi narrativa a otros lugares tan dispares como la Antártida o Río de Janeiro. Sentía la necesidad de imponerme nuevos retos narrativos porque si algo tengo claro es que el escritor no puede ser acomodaticio sino que, si de veras quiere hacer arte, debe estar imponiéndose retos continuamente, probándose a ver hasta dónde puede llegar

—¿Hay algún otro “territorio” que como escritor quiera reivindicar?
—Sí, ese territorio del español como lengua poderosa, riquísima, portadora de una tradición literaria radiante, ese territorio sin fronteras que ojalá un día aprendamos a articular y vertebrar políticamente porque es de una riqueza tan extraordinaria que casi no nos merecemos. Somos muy afortunados por tener el español como lengua.

—En la novela hay un piano que tiene gran importancia en la historia. ¿Los objetos son testigos, protagonistas, pretextos para narrar?
—Claro que sí. El piano en Isla nada es como el cofre de La isla del tesoro porque va más allá del objeto en sí para ser símbolo y atesorar vivencias. En la novela es también una excusa para casi convertirlo en un personaje más. El piano es, como dices, un pretexto para narrar desde el silencio de un objeto aparentemente mudo que sin embargo tiene mucho que decirnos. Sus notas guardan la historia tremenda de un siglo, del siglo XX, que se mueve entre los hitos de las guerras mundiales y la hecatombe financiera, pero también moral y social, con la que inauguramos el año 2000, el cambio de milenio, y cuyas náuseas fluyen hasta hoy. Por eso también escondo dentro del piano a un lagarto que aparece en todas mis novelas porque es precisamente símbolo del tiempo detenido, como los fósiles.

—La reflexión sobre el pasado como hilo conductor. ¿No hay más tema que el tiempo, como dijo Yasmina Reza?
—El tiempo nos recuerda la importancia de aprender de las voces del pasado, esas voces que siempre debemos escuchar porque siempre tienen mucho que decirnos y mucho de que avisarnos. Las voces de quienes nos precedieron en la vida y el mundo siempre nos están hablando, informando, conformando así nuestro futuro. No existe el presente porque siempre es pasado y nosotros, los novelistas, debemos afinar el oído para escuchar todas las murmuraciones y secretos de las voces del pasado. De hecho, solo los narradores podemos retratar la esencia del mundo que ya pasó pero que todavía nos incumbe. La Historia no está en los libros de Historia, sino en las buenas novelas. El tiempo y lo que nos va dejando de importante solo puede ser capturado por la narrativa

¿A qué escritores considera su familia literaria?
—A muchos porque tengo la suerte de ser un escritor del siglo XXI y eso significa que hay a mis espaldas una tradición literaria poderosísima de la que amamantarme. Soy licenciado en Filología Hispánica y eso propició que desde muy joven descubriera las genialidades literarias de nuestros clásicos, sobre todo Cervantes y San Juan de la Cruz, porque si algo reivindico más allá de autores y obras es el género de la poesía, al menos en mi caso fundamental en mi formación. La poesía de los grandes poetas es siempre el género que va delante, que nos lleva una vuelta de ventaja. Después de los clásicos siempre cuento entre mis familiares literarios directos a Galdós, Cortázar y a los narradores del boom hispanoamericano, sobre todo a Rulfo, Onetti, Gabo, aunque ahora mismo estoy convencido de que la gran narrativa contemporánea la están haciendo en inglés autores como Cormac McCarthy, Coetzee, Doctorow o Philip Roth. Novelas como La carretera o Homer y Langley ya pueden contarse entre las primeras obras maestras de la literatura del siglo XXI. No puedo olvidarme de una influencia determinante en mi formación, que fue La montaña mágica de Thomas Mann. También, como canario que soy, me interesa mucho la tradición literaria canaria, precisamente por lo de singular y extraordinaria que tiene dentro de las muchas literaturas que se escriben en español. El tratamiento de temas como la isla, el mar y ciertos mitos, junto con la entrada del surrealismo directamente en vena, que para eso estuvo en Tenerife el gurú André Breton, ha propiciado el nacimiento de obras muy emblemáticas y muy originales como Crimen, de Agustín Espinosa, El don de Vorace, de Félix Francisco Casanova o la poesía de Luis Feria y José María Millares Sall, dos de los grandes de nuestro idioma. Sus obras seguro que también están en mi ADN.

Hábleme de sus mayores preocupaciones a la hora de escribir. ¿Qué es lo que no se puede quitar de la cabeza?
—No me quito de la cabeza la obsesión por ser sincero con el arte de escribir, con ser auténtico, es decir, que mi escritura sea capaz de alzar el vuelo literario y sea contundente su apuesta por la simbiosis entre el fondo y la forma, el tema y el estilo. Detesto toda esa falsificación actual que se vende como literatura y no llega ni a subliteratura. Es una estafa, una prosa que se muere planamente de principio a fin, sin matices o sugerencias. A veces pienso que los buenos libros deberían venderse muy caros y los malos muy baratos, para que de algún modo se diferencie, como ocurre con el vino, qué sé yo. Los tiempos modernos, la facilidad para publicar y la escasez de crítica literaria, parecen haber impulsado el atrevimiento irrespetuoso de los cualquiera que se creen no solo capaces de escribir sino de publicar y de reivindicar espacios para ellos. La literatura es muy hija de puta y es ella quien decide si eres o no eres escritor. A menudo pienso en el brutal compromiso que implica un oficio artístico, como lo es escribir literatura, para quienes en verdad sabemos lo que cuesta, pero también me pregunto qué demonios pasa por la cabeza de alguien que un día decide escribir y publicar sin recato. A nadie se le ocurre ir por la vida de músico porque haya aprendido un día dos acordes en una guitarra, sino que te reconocería que para ser músico habría que estudiar muchos años un instrumento y solfeo y practicar mucho. Sin embargo esto parece no valer para la literatura y cualquiera perpetra con alevosía sus basuras y las publica. Esto antes no importaba, pero ahora empieza a preocuparme la desfachatez contemporánea. Y creo que hay que reivindicar el espacio del escritor de verdad, el que sabe que esto es muy difícil, y que hay que leer y escribir mucho y tirar a la basura muchos manuscritos para ver si un día llegamos a tener entre las manos algo publicable, artístico, literario. Si es que ya cualquiera va de escritor. Esto forma parte de un problema complejo que es el enorme proceso de trivialización de todo al que nos están sometiendo los poderes actuales. Nada tiene importancia, todo se trivializa, eso lo hace cualquiera. En realidad creo que debemos empezar a luchar contra ese proceso de trivialización reivindicando lo que siempre fue central, fundamental, y hablar de la necesidad imperiosa de rehumanizar el mundo, de volver a un humanismo vital donde el hombre vuelva a ser medida de todas las cosas y no el dinero. Creo que la principal tarea del escritor actual es contribuir a rehumanizar la vida. Es como si al hombre contemporáneo se le hubiera olvidado lo que es, esto es, que es un ser humano con capacidad para la justicia, el amor, el arte, la vida, mientras que parecemos dedicados a sus contrarios, a la guerra, la injusticia, el desafecto, la trivialización de la cultura y de los libros. Creo que hay que decir basta y volver a reivindicar la figura del intelectual, de la persona sabia que nos diga y nos oriente y nos abra caminos a la multitud.

martes, 8 de julio de 2014

Eme Agra-Fagúndez: «Escribir es una forma de vivir»

10 dardos para diez dianas pretenden desvelar al público de La Tormenta quién es María Agra, joven madrileña, narradora, poeta, filóloga en ciernes, que publica con tan sólo 25 años su segundo libro de “breverías”. Aprovechando que Cualquiera podría quererte más que yo confirma su vocación, en esta entrevista intentaremos acudir al origen de todo y desvelar algunas líneas de aquello en lo que se puede convertir María Agra.

¿Qué es eso de que una joven como usted pierda el tiempo escribiendo?
—La juventud siempre es relativa. Escribir es una forma de vivir, de vivir la vida desde otro prisma diferente al único que nos da la realidad. Las palabras cubren de belleza o fealdad todo lo que nos rodea y, sobre todo, nos explica a nosotros mismos. Creo que invertir el tiempo en escribir es una forma esencial de curiosidad.

Es usted un tanto ecléctica en su forma de escribir y sin embargo es todo una clásica en la temática (el amor, el despecho, el reencuentro). ¿Está de acuerdo con esta semblanza?
—Estoy de acuerdo, creo que lo ecléctico de mi escritura se debe a que soy hija de mi tiempo, observo mi mundo, todo lo que me rodea y trato de buscar alternativas comprensibles en las palabras. Pero no puedo escapar de mi esencia, por suerte o desgracia, yo nací humana; y los seres humanos siempre hemos sido lo mismo: amor y corazón, soledad y búsqueda.

¿Por qué un género tan breve y tan indefenido? ¿Qué le aporta respecto a la novela u otros géneros más clásicos?
—Me aporta, sin duda, libertad y sinceridad. He escrito mucha poesía y estoy trabajando en novela, pero creo que este género entre el cuento y la "brevería" es una forma de flujo de pensamiento, sin normas muy establecidas ni mediciones de estructura. Creo que la palabra nace, que existe antes de que nosotros mismos la conozcamos, y "Cualquiera podría quererte más que yo" nació con este rostro.

—¿Qué escritores le convirtieron en escritora?
—No sabría retroceder hasta el momento del nacimiento. Pero sí tengo nombres que me han marcado como giros radicales en mi vida. En mi adolescencia me enamoré de Ángela Becerra, de sus historias de amor nacidas en el alma, de sus personajes. En su imagen concebí que eso era lo que yo quería para mí, me definió en un camino. Me cautivó, también, Pedro Salinas y su sencillez al expresar el interior complejo. Jaime Sabines o Benedetti. Una transformación grande se la debo a Juan José Millás y sus obsesivas historias. Por supuesto, desde el inicio del libro, aparece el escritor que partió mi vida en dos, y que se ha convertido en alguien familiar, parte de mi día a día; el maestro Julio Cortázar. Aunque nombrar me resulta difícil. 

¿Qué libros le convirtieron en lectora?
—En lectora, más que libros, me convirtieron mis padres: Javier y Aurora. Recuerdo infinitas noches a mi padre inventándose cuentos, o leyéndomelos. A mi madre, que leía cuentos y poemas conmigo y después dibujábamos lo que aparecía en ellos. Sin embargo, si tuviera que nombrar un libro, aunque es un pasado bastante reciente, sería Lo que le falta al tiempo de Ángela Becerra. De la niñez tengo muy vivos Fray Perico y su borrico y los poemas de Lorca.

Aprovechando que está en el ecuador de su carrera filológica, ¿cuánto de su aprendizaje le debe a la universidad, cuánto a la vida y cuánto a otros prestamistas?
—He notado un cambio enorme desde que entré en Filología, he descubierto muchísimos autores y modos más académicos de literatura. He tenido grandes profesores que me han aportado conocimiento pero, sobre todo, ilusión. Sin embargo, a la vida se lo debo todo; el vivir y experimentar es lo que nos hace personas. Creo que ser profesional sin ser persona no tiene gran sentido. Y en el vivir están los prestamistas, me nutro de otras personas siempre. Ni este libro ni yo seríamos posibles sin las personas que tengo cerca. Todo es un puzle que encaja.

Este verano. ¿se quedará en Madrid "currando" para costearse la carrera, se irá de vacaciones o empezará su próximo libro?
—Empezar un nuevo libro es una causa perdida, siempre tengo un nuevo libro, siempre estoy escribiendo algo. Puedo hacerlo igual a la salida del trabajo que tomando el sol en la playa o en el pico de una montaña. Este verano dejaré que la vida me sorprenda.

Teniendo en cuenta su edad, ¿cree que aquello de "la experiencia es un grado" es un tópico o hay mucho de cierto? Geraldine Chaplin, por ejemplo, siempre afirma que uno es rotundamente más sabio cuando es joven que cuando es viejo.
—Una de las cosas más importantes de la vida es aprender a envejecer con elegancia. Creo en el paso del tiempo como algo provechoso. La importancia de asumirnos a nosotros mismos. Aunque sí, cuando se es joven se tienen todos esos valores tan preciados: la ilusión, la inocencia, la sorpresa. Todo lo que nos mantiene vivos y eso es lo que yo considero sabiduría. No hay que perderlo jamás, ese es uno de mis grandes proyectos de vida.

¿En quién piensa cuando escribe? O en otras palabras: ¿tiene un lector ideal?
—Un lector cómplice que diría Cortázar. Un lector que se involucre en el texto, que sienta por sí mismo, que busque, que indague. Porque un texto nunca es sólo la superficie, siempre hay mucho más. El lector ideal, para mí, será aquel capaz de sentir, es lo esencial.

¿Próximos proyectos?
—Siempre hay próximos proyectos, porque cuando se es algo no se puede luchar contra ello. Así que sí, siempre los hay. Ahora mismo estoy trabajando en lo que será mi primera novela, que viene después de muchos bocetos de otras. Y, como decía, no perder todo aquello que nos mantiene vivos.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Iolanda Batallé: «Las mujeres me dicen: has escrito la novela que todas queremos leer»

Último Premio Prudenci Bertrana, uno de los más prestigiosos en lengua catalana. Varias semanas en las listas de más vendidos en catalán. Podríamos llamar a Iolanda Batallé "fenómeno" si no resultara obvio que lo es. Aunque no de las ventas, sino de la vida. Editora y escritora, Batallé contagia un extraño entusiasmo por todo lo que toca. Y tiene ese olfato raro de los gatos viejos del sector editorial. Si alguien la acusa de oportunismo en la elección del tema de Haré todo lo que tú quieras, estará en un error: sus lectores sabemos que este nuevo libro suyo contiene lo mejor de los anteriores, un "estilo Batallé" que se caracteriza por contar con profundidad cosas en apariencia banales, y por hacerlo con la convicción de quien tiene mucho por decir. En esta entrevista, la escritora nos revela algunas claves que nos permtirán leerla de otra forma: qué es para ella el éxito, con qué ingredientes cocina sus libros o  qué se trae entre manos.



Haré todo lo que tú quieras comienza en un avión con un encuentro muy estimulante (y muy tórrido). ¿Es consciente de que después de leerla no hay ninguna mujer que suba a un avión como lo hacía antes?
Sí, lo sé. ¡Ni ningún hombre! Me encanta. Es maravilloso. De hecho me llegan muchos mensajes de personas que quieren volver de Londres en British Airways. Las mujeres me dicen: has escrito la novela que todas queremos leer. Y yo feliz. Escribir, como bien sabe usted, es muy solitario, y ver que tantos lectores están conectando con esta historia me parece maravilloso y un regalo precioso después de años de trabajo.

La novela, además de contar una relación sentimental marcada por el erotismo, hay también mucha reflexión sobre la vida, sobre el sentido de la existencia y también sobre las consecuencias de la muerte. ¿Al fin y al cabo erotismo y muerte están cerca, como siempre nos ha dicho el tópico?
La vida y la muerte están muy cerca. En Haré todo lo que tú quieras de lo que hablo entre líneas es de una bajada al infierno vestida de Belle de jour. Lo que hace Nora es conseguir vencer su propio miedo. El corazón de la novela es cómo uno se enfrenta y acepta sus más oscuras necesidades. Y esto es un tema tan antiguo como los viajes de Hércules: las pruebas personales que le llevan a uno a entenderse y a saber quién es (si esto es posible). Veo esta novela como un ritual. El ritual que inicia Nora para descubrir quién es ella. Y como siempre no hay ninguna meta, allí donde al principio había puertas cerradas ahora las abre. Lo que me interesa es que el ritual de Nora lleve a cada lector a abrir sus propias puertas. Y aquí entendemos este erotismo como vía de conexión con las fuerzas primitivas, liberadoras. Y el atreverse a entrar en terrenos ocultos. ¿La muerte?

Hay en la novela referencias reconocibles a sus libros anteriores. ¿Escribe pensando en un lector fiel?
Este fin de semana he descubierto un autor: Manuel Baixauli y una novela: La quinta planta. En ésta un personaje dice: todas mis obras son fragmentos de un único libro que se acabará cuando yo me acabe. Pues ésta es mi respuesta a su pregunta. Yo lo vivo así. ¿Pienso en un lector fiel? Pienso en el lector, en que ella o él pueda descubrir, que sienta no tanto que yo le muestro sino que él descubre y si encima relaciona libros todavía mejor. Casi le diría que no lo hago a propósito, me ocurre.

Si su personaje femenino, Nora, fuera una amiga enamorada de un desconocido a quien ha conocido en un avión, pero al mismo tiempo casada con un hombre al que quiere... Y le pidiera consejo acerca de lo que debe hacer. ¿Qué le aconsejaría?
Detesto aconsejar. Creo en la vida y en que cada cual la viva. La historia de Nora no se puede entender sin conocer bien su infancia y todo lo que ocurre desde que nace, por esto es tan importante su infancia en la novela. No se puede entender el presente sin conocer el pasado (e incluso así). Y normalmente cuando aconsejamos nos faltan datos, por ello casi siempre aconsejamos y nos aconsejan mal aunque sea con buenos propósitos. ¿Qué le aconsejaría? Que se escuche a ella misma y que el corazón es un cazador solitario.

Es su tercera novela y llega precedida por un gran éxito: premi Prudenci Bertrana, miles de lectores, varias semanas en las listas de libros más vendidos en catalán, críticas entusiastas... ¿Cómo se hace la digestión de un éxito cómo este? ¿Le afectará de algún modo todo esto a la hora de empezar a escribir de nuevo?
La digestión se hace con mucho trabajo, feliz, lentamente y a la vez sabiendo que todo cambia. Que el éxito y el fracaso son extremos de una misma cosa y que uno es uno siempre. Esto que usted llama éxito me llega a los 42 años cuando llevo 30 escribiendo y todavía más leyendo. Imagino que si esto me hubiera ocurrido con 20 habría sido otra cosa. Ahora mismo lo disfruto con una sonrisa en los ojos. Feliz por encima de todo porque Haré todo lo que tú quieras y como consecuencia mis dos libros anteriores (La memoria de las hormigas y El límite exacto de nuestros cuerpos) están llegando a muchos más lectores que antes y esto es para mí igual a felicidad. Empecé a escribir mi nuevo mundo / universo / libro en enero del 2013, antes del premio, de los miles de lectores y de las ventas. Y allí sigo. Aunque si le soy sincera estos últimos meses poco tiempo tengo para dedicarle, pero voy tomando notas, apuntes mentales y físicos. Y como lo de escribir va con la bestia (y la bestia soy yo) también le confesaré que la escritora ataca de nuevo porque lo necesita. Necesito escribir. Esto es así.

Usted es directora editorial de La Galera. ¿Cree que es beneficioso que al frente de un equipo editorial se encuentre un creador? Y lo contrario: ¿Es bueno o es perjudicial para su trabajo creativo conocer las intimidades del mundo editorial?
Una buena doble pregunta. Con muchas respuestas. Mi respuesta a la primera pregunta es sí. Haciendo un símil futbolístico (que a mí esto del fútbol me gusta): sería el formato Guardiola (modestia aparte). Alguien que ha hecho de todo en el mundo editorial (llevo quince años en el oficio) y a la vez que escribe como le decía desde niña, por lo tanto cuando edito un texto sé quién es el que lo ha escrito, sé por lo que pasa... Y cuando dirijo a los editores y también al equipo de prensa, marqueting… también sé por lo que pasan porque yo también he hecho eso. Con lo cual uno sabe hasta donde puede exigir y por qué e intenta aportar aquello que cuando yo hacía estos trabajos me hubiera gustado que me hubieran aportado… Le he dicho que tenía muchas respuestas porque obviamente las respuestas son tan múltiples como todo el equipo que dirijo y todos los autores, ilustradores y demás compañeros con los que trabajo. A mí me encanta el trabajo al frente de la Galera y por encima de todo intento compartir la motivación que yo llevo encima y el creer en el proyecto. Lo que estamos haciendo en la Galera desde hace cinco años es único y lo sabemos. Una editorial además con más de cincuenta años de historia. La segunda pregunta. También difícil de contestar. Sería perjudicial si yo no fuera capaz de separar, pero créame que cuando escribo, cuando creo, separo mucho. De hecho incluso dentro del trabajo de escritora hay en mí dos personas muy claras: la que escribe de saque, crea, se abandona, vive dentro de la historia… y después la que relee, edita, marca y hace infinitas versiones desde fuera. Estas dos personas ya son muy distintas dentro de la escritora Iolanda Batallé, pues imagine: todavía lo son más entre la escritora Iolanda y la editora Batallé. Does it make sense?

Entrevista de Care Santos

viernes, 7 de marzo de 2014

Leoncio López: «Hay cierto tipo de locura que tiene un poder redentor»

Leoncio López, ingeniero aeronáutico por formación y creativo publicitario de profesión, es también uno de nuestros mejores escritores de relatos cortos, como demostró al ganar la edición de 2003 del prestigioso certamen La Hucha de Oro con su magnífico cuento La cita. Ahora, el autor ha debutado en las distancias largas con El ladrón de nubes, novela con la que ha triunfado en la novena edición del Premio Onuba. En esta entrevista, Leoncio López nos habla, entre otras cosas, sobre la fantasía y la realidad, la locura y la cordura, y sobre el olvidado arte de mover las nubes con la mente.

Con El ladrón de nubes usted ha ganado la novena edición del Premio Onuba de Novela y antes obtuvo diversos galardones de relato corto, entre ellos la prestigiosa Hucha de Oro. ¿Qué importancia han tenido los premios literarios en su carrera?
Creo que deberían haber tenido bastante más de la que realmente han tenido. Un premio es algo muy importante, y más el que menciona de la Hucha de Oro, pero cuando lo gané yo tenía demasiado trabajo, y no pude aprovechar una oportunidad tan buena para continuar con mi vocación de escritor. Acababa de montar mi propia agencia de publicidad y esa tarea me tenía ocupado todo el tiempo del que disponía.

Según le he oído decir, la idea de la novela surgió de una noticia leída en un periódico. ¿Cómo fue el proceso creativo?
Por mi trabajo, estoy acostumbrado a utilizar un tipo de proceso creativo que también puede ser útil para un escritor. Tenía el titular de un periódico —«Los agricultores de Soria se quejan de que les estén robando las nubes»—, que inmediatamente mi mente publicitaria lo transformó en el título para una novela. Yo nunca había escrito ninguna, así que el título me pareció un buen punto de partida. Era como desarrollar una campaña partiendo del eslogan. Todo lo que se requiere es que sea realmente bueno y encierre una gran idea.

El ladrón de nubes oscila entre el realismo y el fantástico. ¿Por qué esa indefinición genérica? ¿Cree que el género fantástico es una buena herramienta para analizar la realidad?
Muchas veces me he preguntado en qué tipo de literatura me movería yo mejor, y la respuesta no es única, pero sí elimina muchas posibilidades. Pues bien, el realismo fantástico no es una de las opciones eliminadas.

El protagonista de la novela, Cristóbal, es un niño; raro, pero un niño. Por otro lado, la magia está muy presente en el texto. No magia auténtica (aunque quizá también), pero sí la magia que surge de la mirada del observador; como por ejemplo la que hay en los ojos de los niños cuando presencian un espectáculo circense, por muy casposo que sea. ¿Cree que hay alguna relación entre niñez, magia y literatura?
Sin duda. La relación que hay entre niñez y magia no es necesario explicarla, como también resulta evidente la relación entre magia y literatura. Esto plantea un silogismo clarísimo: la niñez y la literatura también están relacionadas. Pero hay que estar prevenidos con los silogismos pues algunos son sofismas.

Cristóbal está evidentemente loco. Sin embargo, es precisamente su locura lo que le permite sobrevivir. ¿La locura puede ser una forma de lucidez?
Hay cierto tipo de locura que tiene un poder redentor. Creo que esta frase la dice en algún momento el personaje adulto, cuando está recordando lo que fue su niñez. Yo también lo creo.

La trama de El ladrón de nubes puede interpretarse como una metáfora sobre el proceso de maduración y la pérdida de la inocencia. O de todo lo contrario: la negativa a madurar. ¿Qué opina al respecto?
Alguien, ya muy mayor, dijo que el error más grande que había cometido en su vida era haber dejado de ser un niño. Se entiende que lo decía solo en el sentido de no perder la capacidad para el asombro y de mantener la ilusión. Actualmente, muchos adultos siguen siendo unos niños pero porque se han “peterpanizado”, y eso resulta patético. En el caso de Cristóbal, se ve obligado a madurar por unas circunstancias muy duras, pero él sigue siendo un niño porque solo tiene trece años, y setenta años más tarde continua siendo un niño aunque, según sus palabras, «vivir se ha convertido en una vieja costumbre». Ese es el punto interesante.

Usted ha afirmado que Cristóbal es un monstruo; sin embargo, yo creo que en la novela los monstruos son otros. ¿En qué sentido es monstruoso su protagonista?
En general se entiende como monstruo al que tiene características especiales que le hacen diferente, y se sobreentiende que esas características son malas o temibles. Lo contrario es un monstruo bueno que detesto profundamente. Cristóbal es un monstruo con varias puertas y solo se muestra abierta una de ellas.

Me ha parecido detectar cierta relación entre El ladrón de nubes y la novela de Theodore Sturgeon Los cristales soñadores. ¿Qué influencias reconoce usted en su novela?
Seguro que tiene más influencias de las que yo puedo reconocer, pues muchas veces, te impresionan cosas que has leído de una forma mucho más intensa de lo que conscientemente crees, de modo que puede haber algo que se queda grabado en el subconsciente, oculto y discreto, y en un momento dado sale sin que tú sepas exactamente de dónde ha salido. Creo que esto es algo que cualquiera que se dedique a una tarea creativa, ha experimentado alguna vez.

El humor es un elemento clave en el texto, incluso cuando describe situaciones dramáticas. Hay quien cree que el humor es un género banal, mientras que otros lo consideran algo muy serio. ¿Qué opina?
El humor siempre es un asunto difícil de tratar, mucho más cuando la situación no es para nada graciosa, y desde luego no creo en absoluto que sea algo banal, más bien todo lo contrario. Y desde luego, insisto, difícil. Es un ingrediente que si te pasas, echas a perder el guiso, pero que un buen gourmet enseguida detecta su presencia aunque se encuentre en dosis mínimas o muchas veces muy escondidas.

¿Cuáles son sus escritores favoritos y/o los que más le han influido?
Mis escritores favoritos cambian según el momento y unos reemplazan a otros según descubro nuevos, o según cambio yo y cambian mis gustos. Entre los imperecederos puedo citar a Fredric Brown, Philip José Farmer, Primo Levi, Giovanni Papini, Gabriel García Márquez… como puede ver se trata de una colección demasiado variopinta como para sacar una conclusión. Si hablamos de influencia, yo diría que más que escritores, me han influido géneros y me han influido estilos. Por ejemplo, la ciencia ficción: para mí fue el mayor descubrimiento que me ha deparado la literatura, y sin ninguna duda todo lo que he escrito y todo lo que siga escribiendo estará de alguna forma marcado por aquellas primeras lecturas de ciencia ficción. En cuanto a estilos, seguro que me ha influido, más de lo que yo estoy dispuesto a admitir, cierto tipo de surrealismo, y me encantaría estar mucho más influenciado por el realismo mágico, su pariente más cercano, a veces un tanto presumido.

Comenzó su carrera literaria escribiendo relatos cortos. En los países de nuestro entorno cultural –bastaría con que nos limitáramos a los hispanoamericanos-, el cuento tiene una gran tradición. Sin embargo, en España es casi un género maldito. ¿A qué cree que se debe?
Es verdad, en España no hay mucha afición al relato corto, posiblemente se deba a la fatiga que conlleva tener que cambiar de situación y personajes cada cierto número de páginas. Curiosamente ahora se está poniendo muy de moda el ultracorto, y quizá la razón de su éxito sea también por una cuestión puramente de comodidad: el ultracorto al ser tan corto, no da pereza.

¿Qué prefiere escribir, relato corto o novela?
Me parece que ahora prefiero la novela. Es un territorio en el que apenas me he adentrado y me gustaría explorarlo un poco más, a ver qué me encuentro.

Usted estudió Ingeniería Aeronáutica, pero siempre se ha dedicado profesionalmente a la publicidad como creativo. ¿Qué le han aportado esas dos actividades, tan aparentemente alejadas de la literatura, a su labor como escritor?
Cualquier fuente de conocimientos es rentable para un escritor, y cualquier entrenamiento intelectual viene bien a la hora de escribir, que sin duda es un trabajo que requiere un gran fondo, resistencia y musculatura intelectual. Y desde luego, mi trabajo como creativo publicitario ha tenido mucho que ver en que me lo pase bien inventando historias.

¿Qué proyectos tiene para el futuro?
Tengo empezada una novela juvenil y, como no, una colección de relatos cortos temáticos que me gustaría completar. Pero he de confesar que lo que más me apetece es partir de cero y empezar un proyecto que sea totalmente nuevo. Quién sabe… depende de tantas cosas.

Y ahora la pregunta más importante de todas: ¿Cristóbal puede mover las nubes o no?
Yo creo que sí. También creo que todos deberíamos saber hacerlo, al menos todos deberíamos intentarlo.

viernes, 28 de febrero de 2014

Victoria R. Gil: «Los recuerdos son fundamentales para saber quiénes somos y de dónde venimos»

Tras más de veinte años de periodismo activo a sus espaldas, trabajando en revistas, radio y en la desaparecida “La Voz de Asturias”, Victoria nos presenta su primer libro de relatos, aunque ya había figurado como coautora en el libro de cuentos breves “PervertiDos” (Traspiés, 2012) y en la biografía de “José Antonio Coto. Una vida dedicada a la empresa y a Asturias” (Club Asturiano de la Innovación, Gijón, 2006). Por eso hemos querido entrevistarla para que nos cuente que supone publicar ahora este primer libro en solitario.

¿Por qué te inicias, profundizas y adentras en el complejo tema de la memoria con relatos breves?
Me interesa la memoria como elemento definidor de la identidad y quería preguntarme lo que ocurre con nosotros, con lo que creemos que somos, cuando esa memoria se altera por algún motivo. Es un interés muy personal, ya que tengo varios casos de Alzhéimer en la familia y muchas posibilidades de padecerlo en el futuro. Esa circunstancia, unida al descubrimiento de que, según los expertos, alteramos de modo inconsciente nuestros recuerdos con el paso del tiempo me hizo pensar que tal vez nuestra vida no sea más que un espejismo. Todo eso está en el porqué de este libro. Elegir un género como el cuento era inevitable porque buscaba plantear múltiples situaciones a partir de un único tema: la memoria y sus desvaríos. Un libro de cuentos te permite eso, que con los mismos materiales resulten conflictos diferentes, como un tangram es capaz de construir centenares de figuras con las mismas siete piezas. Esa libertad no me la daba una novela.

Tus relatos son densos y profundos, distan mucho de ser unívocos y tienen varias lecturas. Elaborarlos así, ¿fue una decisión consciente, con algún propósito?
Mi propósito fue el de hacerme preguntas y compartirlas con otros, quizás con la esperanza de que mis inquietudes fueran también las de ellos y surgieran algunas respuestas… o más preguntas. Siempre he creído que la lectura tiene un componente creativo muy importante. Un libro es uno para su autor y tantos otros como lectores llegue a tener. Para mí, en La curva del olvido hay, sobre todo, muchas dudas. No sólo sobre la identidad o el auto engaño, sino también sobre el modo en que entorpecemos las relaciones personales o saboteamos nuestra propia felicidad. Ojalá que para quien lo lea haya algo de esto y mucho más, sus propias preguntas, sus dudas más personales…

Una duda tremenda surge al leerlos, para la supervivencia, ¿crees que es tan necesaria la memoria como el olvido?, ¿en función de qué elegimos optar por una u otro?, ¿o acaso no elegimos?
Los recuerdos son fundamentales para saber quiénes somos y de dónde venimos, pero en ocasiones, esos mismos recuerdos son un lastre que no te deja avanzar. No olvidar nada de lo que nos ha ocurrido desde que nacemos debe de ser terrible, pero perder momentos del pasado que te han convertido en la persona que eres debe de ser aún peor. He jugado un poco con esa idea de que, en realidad, nunca sabemos cuál es el mejor camino para sobrevivir a la vida; que no hay soluciones, sólo opciones, y que demasiadas veces esa elección —cuando se nos permite elegir— únicamente depende del azar.

Tras ese estilo tan cuidado y personal, donde no se aprecian fácilmente influencias literarias directas, ¿hubo lecturas especiales?, ¿qué autores te han acompañado más?, ¿a cuáles sientes más cerca?
Soy lectora compulsiva desde muy pequeña, pero no sabría decirte de qué aspectos de Dolores Medio, Daphne du Maurier, Antonio Buero Vallejo, Óscar Wilde, Carmen Laforet, Ray Bradbury o Tennessee Williams, por decir algunos, me he apropiado. Quizás me siento cerca de Carmen Martín Gaite por sus temas y por el modo en que aborda las historias fantásticas, sin enfrentar ilusión y realidad, sino mezclando ambas hasta confundirlas con lo más cotidiano. Y, sin duda, soy deudora de Gabriel García Márquez más que de cualquier otro autor de cuentos y de los escritores hispanoamericanos más que de cualquier otra corriente cuentista. De un relato espero, antes que cualquier otra cosa, una historia. El estilo, la innovación, la tan traída y llevada sorpresa final… todo eso viene después, pero sin un corazón narrativo me falta lo principal. Seguramente sea un defecto mío, pero ya no tiene remedio. Lo que sí tengo muy claro es que si algo ha contribuido al modo en el que escribo son los más de veinte años que he dedicado al periodismo. Como dice un colega de profesión que también ha sido atacado por el virus de escribir cuentos: «No encabalgamos una subordinada ni aunque nos maten».

Por último, ¿estás contenta con la recepción que está teniendo?, ¿qué se siente al verse, esta vez sola ante el peligro, tras el escaparate de una librería?
Estoy muy contenta de haber llegado hasta aquí y encantada con la generosidad lectora que he descubierto a mi alrededor. No deja de asombrarme que haya desconocidos (a los amigos no les queda otra, los tengo amenazados a todos) que estén dispuestos a dedicar unas horas de sus vidas a leer esos cuentos que escribí sin imaginar que un día terminarían siendo un libro más en sus bibliotecas.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Fernando García Maroto: «La familia es un núcleo inabarcable de conflictos»

Hace menos de un año que se estrenó en este mismo blog con Los apartados, Premio Eutelequia de Novela. Ahora vuelve con su primer libro de relatos, La vida calcada, tras cruzar el charco para publicar con la editorial mexicana Paroxismo. Del cuento, la familia y otros nihilismos hablaremos a continuación.

Son sólo quince preguntas o flechas, no se preocupe. La vida calcada es su primer libro de cuentos. ¿Qué tal la experiencia y por qué siete?
El cuento es un terreno en el que, sin sentirme incómodo, me siento quizá un poco menos cómodo que en el de la novela, porque la exigencia del cuento es tremenda, casi más que la de la novela, y no admite distracciones ni fisuras; sin embargo, para mí es un placer enfrentarme a un cuento: cómo surge, cómo se va construyendo y cómo debe cerrarse, aunque pueda quedar abierto, que es otra forma de cierre. Por eso disfruto y espero poder seguir disfrutando escribiéndolos. En cuanto al número, ojalá pudiera argumentar algo más mágico, más imaginativo, menos prosaico que las imposiciones editoriales y decirle que tiene alguna otra justificación, pero mentiría.

Por cierto, ¿qué acepción le gusta más: cuento o relato?
Si he de elegir, me decanto por cuento, sin más; no tengo un criterio más profundo que mi gusto personal a este respecto.

Hay autores que escriben sus cuentos como descanso a la redacción de obras mayores en extensión, como es el caso de la novela. ¿Cómo afronta usted la creación de un libro de relatos?: ¿intercala la escritura de éstos con la redacción de otras obras o se dedica de lleno y de manera aislada a ellos como si de otra obra se tratase?
Existe de todo un poco: para mí, un cuento es ya una obra en sí misma, que merece idéntica consideración, atención y preparación, aunque en menor escala, que cuando ataco una novela; de otro modo, el cuento no funciona. No es una obra menor, ni un mero divertimento; mucho menos un descanso. Y si hablamos de un libro de cuentos, ahí nos encontramos además con el problema añadido de la selección, el orden y la temática, si es que se quiere seguir una línea argumental en el recopilatorio. No obstante, es inevitable, dado el tiempo que requiere cerrar definitivamente una novela, que la escritura de cuentos quede intercalada. Pero como le digo, en mi caso es una cuestión de tiempo: el cuento tiene el suyo, como lo tiene la novela.

En la novela su escritor modelo era Onetti. ¿Quién en el cuento?
El magisterio de Julio Cortázar es indiscutible y principal. Pero también el de Felisberto Hernández, por original, y el del propio Onetti, para la comprensión total de su universo. Y Borges, por supuesto, no puede faltar; sólo por citar a autores en castellano. También me gusta, por su concisión y su estilo tan diferente a los anteriores, otro argentino, Antonio di Benedetto.

Parecidos razonables entre el cuarto relato del libro, La única felicidad, y Familia de Fernando León de Aranoa.
Mientras lo escribía no era consciente de ello, pero al leerlo y releerlo para su corrección me di cuenta de que ahí había ciertas similitudes con la película que cita. Supongo que el inconsciente trabaja, selecciona y retiene algunas cosas buenas o experiencias que han significado algo, por más que cueste reconocerlo, para después sacarlas a la luz de la manera más inesperada. En cualquier caso, el de la película y el mío son dos puntos de vista muy diferentes, uno más amable que el otro, al tratar el tema de la soledad, y yo no escondo el hecho de que todo es una farsa, una mera representación: no me parece tan importante el descubrimiento del juego o del truco como el juego o el truco en sí.

¿Soy yo o se le ha “ablandado”, en el buen sentido de la palabra, el corazón al escribir estos relatos? Lo digo por comparación con su última novela, Los apartados, donde tanto el narrador como los personajes eran más cínicos, y lo digo también por cuentos como El blanco de los ojos o La vida calcada. ¿Hay alguna razón, vital o literaria, para haber cambiado la perspectiva?
Curiosamente, aunque han visto la luz después que la novela Los apartados, el grueso de estos cuentos está escrito antes que la citada obra; sólo unos pocos, que no son los que apunta usted, son posteriores, como por ejemplo Indefensión, El ruidito o El buscador infatigable, precisamente varios de los más duros, si puede decirse así.

Aun así, usted o uno de sus personajes dice, y cito textualmente: «Cada vez quedan menos cosas que me hagan sentir el escalofrío placentero o trágico de la emoción. Eso es lo que llamamos hacerse mayor.» Como diría Latino de Híspalis en Luces de bohemia, se nos ha puesto usted estupendo. Le voy a dar otra oportunidad: ¿qué cosas le hacen sentir todavía dicho escalofrío?
Para qué negarlo: la paternidad modifica la perspectiva; o si no tanto, al menos sí puedo decir que la suaviza y le añade matices diferentes que ayudan a comprender mejor ciertos aspectos, recordar emociones olvidadas, además de disfrutar con diversiones sencillas, o no tan cerebrales, tan abstractas a las que habitualmente tengo por costumbre. No obstante, mi visión del mundo no ha cambiado mucho, apenas nada.

Pongámonos metaliterarios. Allá va un tópico: ¿el cuento, género breve, refleja el tipo de literatura que el lector moderno, con prisas y sin tiempo, exige a sus escritores contemporáneos?
No lo creo. De hecho, a mi modo de ver, el cuento sigue siendo un género bastante denostado por el lector en general. Es extraño que un recopilatorio de cuentos suponga un verdadero éxito. Además, un buen cuento exige, y puede ser tan denso, tan profundo como una novela, sumando el lirismo que en ocasiones le es propio.

Otro clásico: ¿a quién se parece más el relato: a papá (la novela) o a mamá (el poema)?
Supongo que tiene de los dos, también según escritores. La pregunta malvada sería: ¿a quién quiere más: a papá o a mamá? Yo puedo decirle que intento que se parezca a la novela, simplemente porque lo que me gustaría encontrarme como lector en una novela también lo deseo en un relato.

Volvamos al libro. La “familia” es un concepto importantísimo en este libro y de ella no emanan unas connotaciones demasiado positivas. Defiéndase.
No puedo. No reniego de la familia, ni mis reticencias son de orden moral, religioso, político o socioeconómico, pero encuentro que la familia es un núcleo inabarcable de conflictos en la medida en que todos se conocen, conocen las debilidades ajenas, los trapos sucios y las mentiras cotidianas que hacen falta para avanzar. Es un polvorín que puede estallar en cualquier momento, y todos somos susceptibles de poder encender la mecha.

Dos de los relatos, El ruidito y El buscador infatigable son misteriosamente desoladores o dolorosamente enigmáticos. Como usted prefiera. No pido que los explique pero sí que nos dé a los lectores algunas claves para su lectura.
El ruidito encierra un juego, ya el diminutivo del título quiere dar una idea aproximada de lo que se va a encontrar el lector: ha jugado el escritor, juegan el narrador y los personajes, y, por lo tanto, debe jugar el lector. El buscador infatigable supone otra vuelta de tuerca en un tema recurrente para mí como es la muerte y el enfrentamiento ante la muerte, sea la de los seres queridos o la propia; esa ausencia de respuestas, el silencio de Dios, que diría Bergman.

Una con mala leche, para rebajar el tono de la entrevista. Usted habrá ganado algunos concursos literarios. Espero que Antúnez no exista o que al menos sea un alter ego de usted mismo.
Existe en las páginas. Yo me doy por satisfecho si en un concurso literario quedo segundo. Y ganar, lo que se dice ganar, sólo he ganado un premio.

A colación de esto, el mundillo literario, que es el suyo, tampoco sale muy bien parado…
Es ficción; pero si sale mal parado, se lo ha buscado él solo. El mundillo literario es como cualquier otro mundillo: por lo poco que yo he podido observar, hay peleas, discusiones, mezquindades y muchas envidias; pero también, de cuando en cuando, topas con gente honesta y estupenda. Personalmente, me esfuerzo por mantener cierto equilibrio, lo cual es complicado: quiero dar a conocer mi obra, pero intento estar en los márgenes de este mundo.

Salgamos de La vida calcada. ¿Qué narradores breves actuales le han marcado o le marcan y qué está preparando ahora mismo?
No tengo ningún referente actual en la literatura breve, porque supongo que Roberto Bolaño ya no puede considerarse actual dado el ritmo vertiginoso de nuevas publicaciones. He leído, y me gusta, a Eloy Tizón, y sigo los cuentos del rumano Mircea Cartarescu, que casi son novelas breves.
Mis siguientes proyectos para este año son dos, y ambos con editoriales digitales: una nueva novela titulada Las tablas del naufragio, que publicará Editorial Foc, y la reedición de una antigua, La distancia entre dos puntos, por LcLibros.

Por último, obligada y en la frente: «¿Dónde quedan esas lágrimas que nunca aparecieron por entre los ojos? ¿Y adónde van?».
No van a ninguna parte: quedan dentro, muy dentro de uno mismo.