martes, 9 de julio de 2013

Alejandro Palomas: «Mi poesía es lo que me circula por las venas cuando relajo la musculatura»

Siempre me ha parecido que Alejandro Palomas tenía un secreto inconfesado. Cada vez que he hablado con este escritor multifacético, autor de novelas premiadas que cuentan con miles de fieles lectores —no sólo en nuestro país—, donde hace gala de una sensibilidad y un sentido del humor muy fuera de lo común, a medio camino entre lo muy literario y eso tan indefinible que suele llamarse comercial —y que tal vez sólo sea la rara capacidad de conectar con los gustos y querencias del público, del gran público—; en fin, cada vez que he hablado con Alejandro Palomas me ha parecido ver un brillo de inusual inteligencia en su forma de mirar, pero también un secreto. Después de leer con deleite su poesía, creí comenzar a entender de qué se trataba. Trea esta conversación, me siento en posesión de algunas pistas, ciertas claves que me permitirán continuar en este universo literario que promete emoción y reflexión a partes iguales. En esta entrevista, el autor explica su relación con la poesía con la misma intensidad con que cincela sus versos.
 
Entrevista de Care Santos
 
Entre el ruido y la vida es un poemario de madurez. ¿Tocaba hacer balance?
—En realidad, es un poemario en la línea del anterior, Tanto tiempo, y también de la del que estoy escribiendo ahora. Parto siempre de un chispazo de reflexión y a partir de ahí me dejo llevar, por eso da la impresión de que esté haciendo siempre balance. En este caso, me encontré planteándome qué es ruido y qué es vida, qué vale y qué es prescindible, qué es hueco y refugio y qué es retiro, valiente retiro. Y a partir de ahí encontré la voz, la voz del Alejandro real que soy ahora, y también del Alejandro poético que soy ahora y que varía con más rapidez que la del Alejandro que escribe ficción. De repente llega el balance, sí, y llega en lo poético, porque es donde soy más yo, más a pelo, y esa es una sensación única, porque con ella llega también la de la libertad. En realidad, más que “poemarios”, que por supuesto lo son, me gusta pensar que mi voz poética crea “reflexionarios”. Quizá por eso mi poética es tan mental. Y quizá por eso Entre el ruido y la vida dé esa sensación de poemario de madurez.

De sus versos se desprende que la madurez, al cabo, tampoco sirve de tanto...
—La medida de la madurez es, en mi caso, el alivio. Llevo tantos años buscando poder respirar a fondo, poder convertir el temor en cautela y sentirlo así, que entiendo también que lo que sirve es la capacidad de lucha, y sobre todo la lucidez. Una madurez poco lúcida es como un cuadro a medias, como un bosquejo, aunque una madurez lúcida tampoco es un fin en sí misma. Es un trampolín para el siguiente salto. No es ni ruido ni vida, sino lo que se desliza entre las dos cosas.

Hay un sutil pero constante juego de referentes religiosos judeocristianos en el libro, incluyendo la suerte de redención final. ¿Inevitables, aprendidos, interiorizados, buscados...?
—Totalmente inconscientes, debo reconocer. Es parte de mi cultura, aunque confieso que yo me río mucho en mi poesía, mi tono tiene mucho humor, si bien es cierto que hay quien no lo aprecia así. Hay culpa, hay deseo de terminar con ella, hay la lucha entre el “debo” y el “quiero”, hay ataduras que romper y libertad —libertades— que reconquistar. Supongo que es un poco la suerte o el sino de todo apóstata: los hilos al aire, la orfandad.

«Quizá la vida sea la grieta» / «Una grieta de calor». Cito dos versos, como sabe, separados por más de 30 páginas. ¿Qué significado tiene esa grieta para usted?
—Esa grieta es para mí la vida misma. La respuesta. Siempre he vivido con la sensación de que me cuelo por grietas que veo justo a tiempo para escapar del peligro. En un tiempo creí que ese peligro era la locura. Luego fue la cotidianidad. En realidad la grieta es lo que me ayuda a tener fe en que hay luz al otro lado, de que no estoy solo.

El poema más largo del libro está dedicado al amor. ¿Es el amor el gran aprendizaje de la vida?
—El amor es el juego. Una vez alguien muy cercano me dijo algo que me marcó y que sé que seguirá marcándome hasta mi muerte. «Yo no sé que me quieran», dijo. La expresión es extraña, incorrecta, sesgada… pero en mi caso tiene mucho de cierto. No entiendo que alguien me quiera. No sé cómo se hace. No me fío, porque lo que sí entiendo es que me quiere a partir de lo que siente por mí, no de lo que yo soy, y eso me crea tal confusión que me aleja. Querer a alguien no es imaginarlo, ni tampoco aceptarlo. Querer a alguien es «querer querer» a alguien y sentarte a su lado y desentrañar, conspirar, averiguar, preguntar, preguntar mucho, a todas horas del día y de la noche, ser voraz en la curiosidad, voraz en todo. Y eso a mí no me ha ocurrido. No de verdad. Por eso dedico el poema más largo al amor: para contar lo que invoco con él, lo que hago con él, para detallarlo. Quizá también para invocarlo.

El gran público le conoce por su obra novelística. ¿De dónde surge su poesía?
—A decir verdad, yo siempre he sido más poeta que novelista. Estudié poesía en el extranjero cuando aquí ninguna universidad me ofrecía la posibilidad de hacerlo y en un momento (1990) en que la expresión «Master in Poetics» era tan inexistente como Internet. Yo escribo poesía en libertad. De ahí sale lo que doy en mis poemas. El Alejandro de Tanto tiempo y de Entre el ruido y la vida soy yo sin adornos, el más exhibicionista, el más radical. Es el Yo menos conciliador, ese que sólo conocen unos pocos, el del genio descomunal, el de la ira, el de las pasiones más deslavazadas. Mi poesía es lo que me circula por las venas cuando relajo la musculatura. Es roja. —¿Es usted un novelista que escribe poesía o un poeta que escribe novelas? —Con el tiempo he aprendido a ser un novelista que escribe novelas y un poeta que escribe poesía, básicamente por las necesidades del guión, aunque en el fondo soy muy rebelde y me fascina fusionar y dejar que el poeta se cuele en mis novelas y viceversa. Soy un cable sobre mí mismo: cable y funámbulo a la vez. A veces piso versos y sostengo un par de novelas en las manos para no perder el equilibrio. Otras piso capítulos y dejo que la poesía me salve del vacío.