martes, 9 de julio de 2013

Alejandro Palomas: «Mi poesía es lo que me circula por las venas cuando relajo la musculatura»

Siempre me ha parecido que Alejandro Palomas tenía un secreto inconfesado. Cada vez que he hablado con este escritor multifacético, autor de novelas premiadas que cuentan con miles de fieles lectores —no sólo en nuestro país—, donde hace gala de una sensibilidad y un sentido del humor muy fuera de lo común, a medio camino entre lo muy literario y eso tan indefinible que suele llamarse comercial —y que tal vez sólo sea la rara capacidad de conectar con los gustos y querencias del público, del gran público—; en fin, cada vez que he hablado con Alejandro Palomas me ha parecido ver un brillo de inusual inteligencia en su forma de mirar, pero también un secreto. Después de leer con deleite su poesía, creí comenzar a entender de qué se trataba. Trea esta conversación, me siento en posesión de algunas pistas, ciertas claves que me permitirán continuar en este universo literario que promete emoción y reflexión a partes iguales. En esta entrevista, el autor explica su relación con la poesía con la misma intensidad con que cincela sus versos.
 
Entrevista de Care Santos
 
Entre el ruido y la vida es un poemario de madurez. ¿Tocaba hacer balance?
—En realidad, es un poemario en la línea del anterior, Tanto tiempo, y también de la del que estoy escribiendo ahora. Parto siempre de un chispazo de reflexión y a partir de ahí me dejo llevar, por eso da la impresión de que esté haciendo siempre balance. En este caso, me encontré planteándome qué es ruido y qué es vida, qué vale y qué es prescindible, qué es hueco y refugio y qué es retiro, valiente retiro. Y a partir de ahí encontré la voz, la voz del Alejandro real que soy ahora, y también del Alejandro poético que soy ahora y que varía con más rapidez que la del Alejandro que escribe ficción. De repente llega el balance, sí, y llega en lo poético, porque es donde soy más yo, más a pelo, y esa es una sensación única, porque con ella llega también la de la libertad. En realidad, más que “poemarios”, que por supuesto lo son, me gusta pensar que mi voz poética crea “reflexionarios”. Quizá por eso mi poética es tan mental. Y quizá por eso Entre el ruido y la vida dé esa sensación de poemario de madurez.

De sus versos se desprende que la madurez, al cabo, tampoco sirve de tanto...
—La medida de la madurez es, en mi caso, el alivio. Llevo tantos años buscando poder respirar a fondo, poder convertir el temor en cautela y sentirlo así, que entiendo también que lo que sirve es la capacidad de lucha, y sobre todo la lucidez. Una madurez poco lúcida es como un cuadro a medias, como un bosquejo, aunque una madurez lúcida tampoco es un fin en sí misma. Es un trampolín para el siguiente salto. No es ni ruido ni vida, sino lo que se desliza entre las dos cosas.

Hay un sutil pero constante juego de referentes religiosos judeocristianos en el libro, incluyendo la suerte de redención final. ¿Inevitables, aprendidos, interiorizados, buscados...?
—Totalmente inconscientes, debo reconocer. Es parte de mi cultura, aunque confieso que yo me río mucho en mi poesía, mi tono tiene mucho humor, si bien es cierto que hay quien no lo aprecia así. Hay culpa, hay deseo de terminar con ella, hay la lucha entre el “debo” y el “quiero”, hay ataduras que romper y libertad —libertades— que reconquistar. Supongo que es un poco la suerte o el sino de todo apóstata: los hilos al aire, la orfandad.

«Quizá la vida sea la grieta» / «Una grieta de calor». Cito dos versos, como sabe, separados por más de 30 páginas. ¿Qué significado tiene esa grieta para usted?
—Esa grieta es para mí la vida misma. La respuesta. Siempre he vivido con la sensación de que me cuelo por grietas que veo justo a tiempo para escapar del peligro. En un tiempo creí que ese peligro era la locura. Luego fue la cotidianidad. En realidad la grieta es lo que me ayuda a tener fe en que hay luz al otro lado, de que no estoy solo.

El poema más largo del libro está dedicado al amor. ¿Es el amor el gran aprendizaje de la vida?
—El amor es el juego. Una vez alguien muy cercano me dijo algo que me marcó y que sé que seguirá marcándome hasta mi muerte. «Yo no sé que me quieran», dijo. La expresión es extraña, incorrecta, sesgada… pero en mi caso tiene mucho de cierto. No entiendo que alguien me quiera. No sé cómo se hace. No me fío, porque lo que sí entiendo es que me quiere a partir de lo que siente por mí, no de lo que yo soy, y eso me crea tal confusión que me aleja. Querer a alguien no es imaginarlo, ni tampoco aceptarlo. Querer a alguien es «querer querer» a alguien y sentarte a su lado y desentrañar, conspirar, averiguar, preguntar, preguntar mucho, a todas horas del día y de la noche, ser voraz en la curiosidad, voraz en todo. Y eso a mí no me ha ocurrido. No de verdad. Por eso dedico el poema más largo al amor: para contar lo que invoco con él, lo que hago con él, para detallarlo. Quizá también para invocarlo.

El gran público le conoce por su obra novelística. ¿De dónde surge su poesía?
—A decir verdad, yo siempre he sido más poeta que novelista. Estudié poesía en el extranjero cuando aquí ninguna universidad me ofrecía la posibilidad de hacerlo y en un momento (1990) en que la expresión «Master in Poetics» era tan inexistente como Internet. Yo escribo poesía en libertad. De ahí sale lo que doy en mis poemas. El Alejandro de Tanto tiempo y de Entre el ruido y la vida soy yo sin adornos, el más exhibicionista, el más radical. Es el Yo menos conciliador, ese que sólo conocen unos pocos, el del genio descomunal, el de la ira, el de las pasiones más deslavazadas. Mi poesía es lo que me circula por las venas cuando relajo la musculatura. Es roja. —¿Es usted un novelista que escribe poesía o un poeta que escribe novelas? —Con el tiempo he aprendido a ser un novelista que escribe novelas y un poeta que escribe poesía, básicamente por las necesidades del guión, aunque en el fondo soy muy rebelde y me fascina fusionar y dejar que el poeta se cuele en mis novelas y viceversa. Soy un cable sobre mí mismo: cable y funámbulo a la vez. A veces piso versos y sostengo un par de novelas en las manos para no perder el equilibrio. Otras piso capítulos y dejo que la poesía me salve del vacío.

sábado, 25 de mayo de 2013

Guillermo Roz: "Nunca me sentí más cerca del abismo que cuando sufrí por amor"

Entrevista de Care Santos

Guillermo Roz no es nuevo en nuestras mesas de novedades. Este argentino, afincado en España desde hace varios años, ya sorprendió con su anterior novela Tendríamos que haber venido solos, y vuelve a hacerlo ahora con una historia cruel, perturbadora, que ahonda en la identidad y el juego de espejos de la verdad, y que acaba de publicar —sólo en formato digital— Musa a las 9 (www.musaalas 9.com). En esta entrevista, el autor nos habla de su literatura, su concepción de la juventud, sus planes de futuro y hasta del contenido de los cajones de su escritorio.

Lo primero, enhorabuena por el Premio Francisco Ayala, que acaba de ganar. Es un premio pensado para difundir en formato digital la obra de narradores contemporáneos. ¿Usted es de los que se alegra de una difusión sin fronteras o de los que se lamenta de no tener en sus manos un libro de papel?
—Yo soy, definitivamente, del club que se alegra por la publicación bien hecha, en primera medida y si ésta me da la posibilidad inmediata de llegar a cualquier punto del planeta, muchísimo mejor. Leo tan bien en el papel como en un libro electrónico. Y lo único que me preocuparía en mi relación con el mundo de los libros, sería no tener acceso a ellos por medio, tanto de la lectura, como de la escritura. Todo lo demás es ganancia, y el Premio Francisco Ayala es parte fundamental de esa ganancia: escribí, se editó y ahora me toca invitar a los lectores a hacer su parte.
 
Con su anterior novela, Tendríamos que haber venido solos (Alianza, 2012) fue usted Nuevo Talento Fnac. Sin embargo, roza los 40 años. ¿Algo que objetar al adjetivo “nuevo”? ¿O el tan traído y llevado “joven”?
—Me gustaría ser menor para ganar un premio que premiara a un muy joven, pero no hay nada que hacer, para la literatura en España y Latinoamérica, mi edad corresponde a sólo joven. Por otro lado te diría que el criterio de juventud, en mi caso, me remite a la inocencia con la que afronto todo lo que escribo. A pesar de llevar varios libros publicados siento, sin caer en el cliché, que nadie puede quitarme el miedo escénico, la incertidumbre absoluta y constante sobre el valor de lo que voy creando. Soy joven, en todo caso, en la medida en que soy siempre, un aprendiz asustado. Y para concluir me viene a la cabeza una frase de no sé quien: «el problema de hacerse viejo es que todavía uno es joven».
 
Tanto en aquella novela como en esta me parece entender que la crueldad forma parte de su adn literario. ¿Es así? ¿De qué modo le interesa la crueldad como materia prima de la ficción?
—Mira, mi primera novela se titulaba La vida me engañó y creo que en ese título se resume de algún modo cierta concepción común de los personajes que pueblan mis historias. Crueldad como engaño, como fraude, como el cuchillo más afilado que nos espera en cualquier esquina del tiempo. Me interesa mucho la decepción y el amargor de los que se han visto profundamente humillados por un acontecimiento del todo imprevisto, y más si ese acontecimiento es de orden sentimental. No hay nada más cruel que una frustración amorosa.
 
Les ruego que me odien es una novela cambiante, que sorprende a cada rato. Comienza como un romance, se convierte pronto en una suerte de thriller sentimental, luego da un vuelco absoluto en una sola escena y termina reflexionando sobre algunos asuntos que podríamos considerar grandes clásicos de la literatura de todos los tiempos: la verdad, la identidad, la locura.... ¿Pretendía dejar sin aliento al lector, escribir muchas novelas en una, experimentar...?
—No está mal lo de muchas novelas en una, es una idea que pongo en práctica no por razones semánticas sino por la disciplina de escritura que llevo. Me explico: me cuesta pensar una novela entera que no cuente, aunque con los mismos personajes, cuatro, cinco o seis historias, un poco a la manera de escenas teatrales. Esto, sin quererlo, deviene a veces en que de historia en historia, de escena en escena, la trama se monte a parámetros propios de diferentes géneros. Sin embargo no me importa en lo más mínimo, porque en definitiva no creo en los géneros y sí creo que cualquier vida puede teñirse una temporada de novela rosa, otra de novela negra y finalmente se cierre como un cuento de hadas. Lo que pretendí es que funcionara como una unidad, con diversidad interna, con vaivenes inesperados, pero que al final exista en el lector la sensación de que le han contado una historia, de las buenas.
¿Tan próximos están amor y locura como parece desprenderse de estas páginas suyas?
—Creo que esta cercanía tiene que ver con una página autobiográfica: yo nunca me sentí más cerca del abismo, y llámese abismo a la locura, la muerte o el crimen, que cuando sufrí por amor.
 
Si tuviera que elegir una familia literaria de cinco miembros, ¿a quién elegiría y por qué razón?
—¡Los envidiados padres de mis letras, los imitados hasta la desvergüenza! ¡Madre mía, qué difícil! A ver… Dante, porque descubrí que una lectura te podía hacer llorar. Cortázar, porque me generó esa necesidad imperiosa de decir cosas con palabras. Osvaldo Lamborghini, porque me mostró que la literatura no era nada de lo que me habían contado ni en el cole ni en la universidad, sino todo lo contrario. Onetti, porque no puedo salir del cenagal en el que me ha metido, ese maldito. Borges, no hace falta explicar por qué.
 
¿Qué hay en los cajones de su escritorio (que pueda confesarse)?
—Millones de dólares, un par de tapones para los oídos, una blackberry vieja, un botón de repuesto de una camisa nueva, relojes sin pila, kleenex y una foto pequeñísima, de esas que las veías por un agujerito que servía de lupa, en la que se me ve a las tres años, junto a mis padres, en un circo. Lleva allí años, esperando encontrar la mirilla-lupa, o que mágicamente me caiga del cielo una igual. La guardo como un tesoro. Es del tiempo sin crueldad.
 

sábado, 11 de mayo de 2013

Javier García Sánchez: "Sé que ya no puedo aspirar al éxito. Por tanto, sólo me resta luchar por la inmortalidad"

Javier García Sánchez (Barcelona, 1955), es uno de los escasos autores literarios que aún campean en la narrativa española, un superviviente de mejores épocas. Sólido autor de una veintena de títulos (Mutantes de invierno, Teoría de la eternidad, La dama del viento sur, Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano, El mecanógrafo, La hija del emperador, El amor secreto de Luca Signorelli, Recuerda, Crítica de la razón impura, La historia más triste, Continúa el misterio de los ojos verdes, Oscar. La aventura de correr, Los otros, La mujer de ninguna parte, Falta alma, Dios se ha ido, El alpe d'Huez, Ella Drácula, K2, Júrame que no fue un sueño) siempre heterogéneos, arriesgados e intensos, nos presenta ahora este fabuloso Robespierre como culmen de su obra.


Entrevista de Ángeles Prieto Barba

¿Cuándo y por qué surgió tu interés en las figuras de Robespierre y Saint-Just?, ¿qué vislumbraste en ellos para dedicarles luego tanto tiempo y esfuerzo?
—Hace más de treinta años pude comprobar, atónito, cómo ciertos hechos, y sobre todo ciertos datos, referidos a la práctica de lo que se llamó la Grande Terreur, no coincidían en absoluto. A partir de ahí, de biografía en biografía —aunque todas convencionales, se entiende— empecé a pensar: “Pues si Robespierre no pudo haber hecho esto o lo otro, ¿por qué entonces le culpan absolutamente de todo?”. Hasta que aparecieron en el horizonte los trabajos de Albert Mathiez. Aquello certificaba la magnitud de una conspiración mayúscula, cuyos nefastos efectos en la Democracia perduran en la actualidad. La Revolución Francesa empezó como un sueño casi colectivo y acabó en apenas un año, verano de 1794, envuelta en una gran mentira y en un formidable baño de sangre. Eso es lo que intento denunciar: la mecánica del Terror.
De otro lado, ya en 1985 el desaparecido Rafael Conte me convenció de que uno de los grandes personajes de la Historia Contemporánea era Saint-Just, y entonces me precipité en Saint-Just, alter ego del Incorruptible. De hecho, Rafael me llamó siempre Saint-Just, lo cual me llena de orgullo. Que él no estuviese aquí cuando nació la novela es uno de los dolores que, en relación a Robespierre, me acompañará constantemente. Y sin duda Saint-Just es, junto a John Lennon, el personaje de mi vida.

Me llamó mucho la atención en el libro la manera de abordar la muerte, en especial que reserves para Saint-Just y para Sebastien un final deslumbrante y luminoso. ¿A qué es debido?
—Porque también Saint-Just es la “niña de los ojos” de Sebastien, que a su particular y testimonial manera narra la historia. Tienes razón, la muerte de un Sebastien ya ancianísimo —más aún, el momento preciso de su muerte— debía estar a tono con el resto de la narración. Pretendí que ese tránsito a la eternidad fuese la última y gran batalla con las palabras, pues en el fondo y en la superficie de eso va la obra: de la guerra a muerte entre las palabras, que siempre definen conceptos distintos. Lo que me resulta curioso es que pese a haber descrito mi propio destino como novelista en la parte final de la novela, ni siquiera nadie de entre mis allegados se haya dado cuenta de ello. Tal vez ya lo harán cuando toque, aunque yo no estaré aquí para verlo. Mejor así. Debo reconocer que he perdido por completo la paciencia. Expuesto de otra forma: me hallo exactamente en el mismo punto que Saint-Just en aquel aciago verano de 1794. Sé que ya no puedo aspirar al éxito. Por tanto, sólo me resta luchar por la inmortalidad. Si suena petulante, lo siento, pero así lo habría expresado mi amado Saint-Just.
Tus libros, aunque de distinta extensión, son siempre intensos (El mecanógrafo, La dama del viento sur, El Alpe d'Huez, K2, por citar algunos). ¿Qué argumentos le darías al lector de Robespierre para que se anime a conocerlo?
—A los que de un modo u otro les parezco esencialmente “pesadito”, que ni toque Robespierre. Para ellos ese libro muerde, y creo saber lo que digo. A los otros, a los lectores fieles o incluso a quienes sientan curiosidad por el personaje o la época, les aseguro que esta es la madre de todas mis novelas, y no me refiero exclusivamente a la extensión. Hay que atravesar un proceso febril para comprender aquella fiebre negra que fue el Terror. Y cuando digo proceso febril me refiero también a la lectura. No sé, es como si propusiese una especie de viaje a la Antártida, en el tiempo, en los sentidos. Quiero, necesito pensar que quienes culminen la travesía a través del hielo hallarán ínsulas insospechadas. Además de que, me consta, ya nunca se llevarán a engaño respecto a lo que en verdad sucedió en la Revolución.
Me ha sorprendido la espléndida edición, sin erratas. Esto no es habitual, sino excepcional. Habida cuenta de que en el propio libro nos confiesas que escribes a mano, ¿a quién o a quiénes debemos todo el trabajo de orden y transcripción?
—Siempre redacto dactilográficamente, con pluma o con rotulador. Gloria, mi madre, es quien pasa “a limpio” todas mis obras desde 1979. Ella, con sus más de 80 años, se trabajó las cinco versiones de Robespierre en ordenador. En cierta forma Robespierre es su obra. No me caracterizo por mi portentosa capacidad de síntesis, sabido es, pero aseguro que nunca podré superar en concisión y sentido las diecisiete palabras que forman la dedicatoria de la novela, a ella dirigida.
¿Qué escribes ahora?
—Corrijo La casa de mi padre, novela en la que por fin me atrevo a hablar de mi anhelado Norte. Está ubicada en el medio rural y repleta de humor, de ternura, lo que podría parecer extraño después de Robespierre. Necesitaba cambiar de registro y reirme yo solito corrigiendo por enésima vez La casa de mi padre. Quiero decir, riéndome hasta las lágrimas. Por alguna razón ninguna de mis otras obras en las que había humor (La historia más triste, La vida fósil, Falta alma y Dios se ha ido) hicieron reir a la peña. Y es que la gente para esto de la risa es muy, pero que muy rarita. De modo que supongo que después de La casa de mi padre se me quitarán de nuevo durante algún tiempo las ganas de hacer reir. Pero volveré a intentarlo si la salud no falla antes, porque todo me parece visceralmente absurdo y eso, en literatura, es un filón. Lo que sí puedo asegurarte es que probablemente Robespierre sea la obra más importante de mi existencia, pero La casa de mi padre, lo sé, es la novela de mi vida.

sábado, 20 de abril de 2013

Victoria Álvarez: "Los libros son la máquina del tiempo más poderosa que existe"

Entrevista de Care Santos

Con Hojas de dedalera, su primera novela, Victoria Álvarez sorprendió a un buen puñado de lectores, y no sólo aficionados al género fantástico. Ahora lo hace de nuevo con la segunda, Las eternas, una historia de mujeres artificiales, ambientada en Venecia, en que la búsqueda del amor perfecto mueve a los personajes a aventuras sin fin. En esta entrevista, exclusiva para La tormenta en un vaso, su autora nos desvela los secretos de esta nueva y esperada entrega.

Las eternas nos evoca de inmediato el mundo de Hoffman y sus mujeres artificiales. ¿Forma parte este autor de sus referencias literarias o es mera casualidad?
—La verdad es que fue una casualidad. Cuando estaba acabando de escribir la novela una de las amigas a las que les conté a grandes rasgos en qué consistía la trama me recomendó que leyera El hombre de arena porque creía que me resultaría interesante, y efectivamente me llamó mucho la atención, sobre todo por ciertas similitudes que existen entre Olimpia, la protagonista de Hoffmann, y la que yo había creado para Las eternas. De hecho, después de haber leído aquel relato decidí incluir un pequeño homenaje al comienzo del capítulo VII mencionándolo como uno de los numerosos libros que Silvana Montalbano tiene acumulados en su habitación. Dado que nuestros gustos literarios se parecen mucho estoy segura de que le habría fascinado tanto como a mí.
 
¿Por qué Venecia y por qué el año 1908?
—Quería ambientar una novela en Venecia casi desde que comencé a escribir con nueve años. Cuando era muy pequeña mis padres me llevaron de viaje por Italia y me enamoré por completo de esta ciudad. He vuelto en numerosas ocasiones y siempre acabo sucumbiendo de la misma manera a su retorcida belleza, a la romántica decadencia de sus palacios, a los misterios que se esconden debajo de cada uno de sus puentes. Supe que tenía que escogerla como escenario para Las eternas desde el momento en que me puse a trabajar en esta trama. Además tuve la suerte de poder visitarla de nuevo durante el proceso de escritura con dos amigas que me acompañaron mientras recorría sus canales para tratar de dar con las localizaciones que necesitaba de cara a la configuración de la historia. Fueron unos días increíbles de los que nunca me olvidaré. En cuanto a la fecha, me entusiasman las historias de época y siempre que puedo tiendo a remontarme al siglo XIX o a comienzos del XX. Soy una romántica empedernida a la que le encantaría haber nacido en esa época, ¡así que no me queda más remedio que soñar con cómo debió de ser todo aquello a través de la literatura!
 
¿Qué tiene de victoriana esta novela?
—Diría que la atmósfera, dado que la fecha de 1908 resulta un poco posterior y la ambientación en Italia tampoco se corresponde con la Inglaterra de la reina Victoria. La literatura victoriana siempre ha sido mi preferida, y he leído tantas novelas del siglo XIX escritas por autores ingleses que supongo que es inevitable que lo que yo misma hago se acabe pareciendo en cuanto a su concepción a las novelas de época que admiro. Sería una especie de literatura neo-victoriana que trata de rendir homenaje a los clásicos ingleses de siempre, en especial al Frankenstein de Mary Shelley al que se alude en tantas ocasiones en Las eternas.
 
¿Por qué es juvenil Las eternas (si es que lo es)?
—No estoy muy segura. La verdad es que nunca la planeé de manera consciente como una novela destinada a un público juvenil, y de hecho creo que toca ciertos temas que serían más propios de la literatura adulta por lo escabrosos que pueden llegar a ser. Supongo que el carácter fantástico de una trama que gira en torno a unas muñecas mecánicas demasiado parecidas a los seres humanos ha hecho que mucha gente piense que se trata de una historia para adolescentes. Lo curioso es que los lectores que me escriben para contarme lo que les ha parecido la novela tienen edades de lo más variadas. Les ha gustado tanto a chicos de diecisiete años como a adultos de cincuenta, lo que no deja de ser una alegría para mí. Creo que quiere decir que se trata de una historia atemporal que podría gustar a cualquier edad.
 
Creo que tiene usted alguna que otra anécdota que contar con respecto a esa clasificación, “juvenil”. ¿Le apetece compartirla?
—Efectivamente, se trata de un tema al que he dado muchas vueltas en los últimos años. Cuando comencé a enviar a los diecinueve mis novelas a las editoriales siempre solía recibir negativas, principalmente porque cuando las mandaba a una editorial juvenil me decían que los temas tratados resultaban más propios de un sector adulto, y cuando hacía lo mismo con una editorial especializada en literatura para adultos, me decían que su carácter fantástico las hacía parecer juveniles. La verdad es que esto me dio muchos quebraderos de cabeza porque llegué a pensar que me encontraba en una tierra de nadie, que lo que hacía nunca podría gustar a nadie. Ahora, en cambio, el mundo editorial está presenciando el auge de lo que se suele denominar “crossover”, una especie de encrucijada literaria donde entrarían los títulos que atraen la atención tanto de lectores jóvenes como de adultos. Me parece estupendo que esto suceda ya que personalmente nunca me ha parecido necesario que existan unos límites tan estrictos en cuanto a los potenciales lectores de una novela. ¿Cómo vamos a saber nosotros con absoluta certeza las edades para las cuales resultan más adecuadas nuestras historias? ¿No debería ser en el fondo una elección personal del propio lector?
 
En su novela, el amor salva a los protagonistas, les redime. ¿Eso sólo pasa en la ficción?
—En absoluto. La persecución del amor verdadero es una historia tan vieja como el mundo, una que merece seguir siendo contada de todas las maneras posibles precisamente porque siempre ha estado con nosotros. El problema es que cada vez nos encontramos más inmersos en una sociedad basada en el “ahora”, en la inmediatez, en querer conseguir las cosas del modo más rápido, y en deshacernos de lo que ha dejado de llamar nuestra atención sin acordarnos de que las personas no son objetos que se puedan usar y tirar. Los problemas amorosos que se plantean mis protagonistas no son totalmente distintos de los que podemos experimentar en la actualidad, aunque a las preocupaciones habituales se suele sumar el hecho de que literariamente hablando siento debilidad por los amores imposibles... y no les suelo poner las cosas demasiado fáciles. ¡Pero es que sin una dosis de drama no habría historia!
 
Está claro que siente usted predilección por la novela fantástica. ¿Sabría decirnos por qué?
—Básicamente porque siempre, desde que era pequeña, he concebido la literatura como una especie de escapismo. Leyendo podía viajar a lugares mágicos que no existían en la realidad y transportarme a épocas pasadas que de otra manera no habría conocido nunca. Lo mismo me sucede cuando me siento a escribir casi veinte años más tarde. Los libros siguen siendo a mi juicio la máquina del tiempo más poderosa, imperecedera e infalible que existe. No necesita combustible de ningún tipo ni se le tienen que hacer reparaciones por muchos años que arrastren a sus espaldas. Ahí es donde creo que reside la auténtica magia de esta profesión.
 
¿Qué será lo siguiente?
—Por ahora no puedo contar mucho, simplemente que estoy acabando una nueva novela y que si todo sale como espero acabará viendo la luz como las anteriores... ¡cruzo los dedos para que sea así! ¡Y para que emocione a los lectores tanto como Las eternas y Hojas de dedalera!

sábado, 6 de abril de 2013

Jesús Carrasco: "Me siento como el amigo que no puede beber porque tiene que conducir"

Entrevista de Care Santos

Una sorprendente ópera prima ha agotado esta temporada los elogios de críticos y editores: Intemperie, de Jesús Carrasco, publicada por Seix Barral. Su autor, de poco más de cuarenta años, extremeño —de Badajoz— y afincado en Sevilla, ha escrito una fábula de la desolación en que un niño es el protagonista. A través de un lenguaje certero, tan despoblado de elementos superfluos como el propio paisaje que describe, Carrasco traza la metáfora de un mundo que está mucho más cerca de lo que imaginamos. En esta entrevista, exclusiva para La tormenta en un vaso, el autor no habla de su personal ritmo de escritura, comparte su visión del mundo literario, explica cuál es su relación con ciertos géneros literarios y deja en el aire algunas incertidumbres inesperadas.

¿Qué se siente cuando le emparentan a uno literariamente con Delibes, Llamazares o McCarthy?
—Al principio, desconcierto. En este momento, no es tanto un sentimiento, como un entendimiento. A medida que voy conociendo el funcionamiento del mundo editorial, voy comprendiendo sus códigos. Ahora sé lo difícil que es dar a conocer "a pelo" a un autor inédito. Para hacerlo, lo más eficaz es colocar el nombre del nuevo junto al de autores consagrados, no tanto para comparar sus calidades, como para acotar el territorio literario en el que habita el desconocido.

Tardó 20 años antes de decidirse a dar algo a un editor para su publicación. ¿Es lo suyo un elogio de la lentitud o alguna patología que podamos conocer?
—Ambas cosas. Soy lentísimo, escribiendo y viviendo. En cuanto a la patología, podríamos referirnos a ella como autocrítica. No he llamado a la puerta antes porque no tenía nada que ofrecer que me gustara, al menos en el terreno de la literatura para adultos.

Esa tierra de la despoblación y de la desolación que retrata su novela, ¿busca convertirse en metáfora de alguna tierra real?
—Sí, pero no estrictamente. El territorio de la novela está inspirado en el mundo real. El castillo, el olivar o el pueblo abandonado, existen de verdad, pero solo los reconocerán como reales aquellos lectores que vivan en esa zona. Para el resto de lectores, la mayoría, el territorio conserva toda su carga metafórica. La sequedad y la planicie como representación de la dimensión mezquina y aburrida de la existencia.

Su novela no está dividida formalmente en varias partes, pero tiene dos muy distintas: en la primera, la acción discurre con lentitud, no parece que pase nada. Es a partir de la mitad, más o menos, que todo cambia y atrapa de verdad al lector. ¿Era consciente, durante la escritura, de que generaría este efecto?
—Mi intención era trazar una línea ascendente, pero lo cierto es que, durante la escritura, al menos en mi caso, estás tan cerca de lo que haces que no ves bien el conjunto. Cuando terminé la novela, la dejé reposar durante unas semanas para poder leerla íntegra con cierta frescura mental. Ahí fue cuando percibí nítidamente las aceleraciones del texto.

El niño de su relato es casi un personaje épico. ¿Qué tal se lleva usted con la épica?
—Me llevo bien, pero a mi manera. Salvo casos excepcionales, no me siento identificado con el ratamiento que la literatura, o el cine, han hecho de eso que llamamos épica. Seguramente, por diferencias a la hora de decidir aquello que es heroico. Dice Baudelaire que la tarea del héroe consiste en buscar lo nuevo braceando en las profundidades de lo desconocido. Ese podría ser el esquema tradicional. El concepto de lo heroico que me interesa, es una versión modificada del pensamiento de Baudelaire. El héroe que busca lo nuevo pero braceando en la superficie de lo conocido. La persona que, sin salir de su casa, se mira y se transforma. ¿Existe algo más heroico que vencer las propias resistencias?

El libro ha estado —está aún— en las listas de más vendidos durante semanas, ha sido traducido a un buen número de lenguas. ¿Ha tenido que tomar usted algo especial para hacer la digestión de un éxito tan monumental?
—Sinceramente, no tengo conciencia de estar teniendo un éxito monumental. Me siento como el amigo que no puede beber porque tiene que conducir. Me encuentro en medio de una gran fiesta profesional, pero me cuesta perder la cabeza.

¿Tiene originales en el cajón?
—No sé si tengo esos originales en un cajón o en una sepultura. Donde sea que estén, hay tres novelas: dos infantiles y una para adultos. También varias colecciones de relatos y algunas cosas más.

Supongo que sus editores querrán que les libre algo antes de que pasen otros 20 años. ¿Lo hará?
—Eso, no lo puedo asegurar.

sábado, 30 de marzo de 2013

Fernando García Maroto: "El infierno ha perdido su carácter divino"

Entrevista de Fernando Sánchez Calvo
 
Fernando García Maroto es un matemático que, como no podía ser de otra manera, cree en la palabra exacta. Es autor de las novelas La geografía de los días, La distancia entre dos puntos y Los apartados, Premio Entelequia de Novela 2011. En esta entrevista para La Tormenta en un Vaso hablaremos de sus referentes narrativos, sus estrategias, su relación con la ficción y sus nuevos proyectos.


Hábleme del origen, de la necesidad por la que nació Los apartados.
—Su origen es la propia necesidad que tengo de escribir, de ir creando una voz propia, construyendo un discurso coherente. Y todo esto siempre a partir de una escritura precisa y una prosa cuidada.

La novela, como simbiosis del género negro y del western, responde obviamente a unos clichés. ¿A cuáles de ellos se les saca más partido en el proceso de escritura?
—Sobre todo a la enorme capacidad para la ficción que me permiten: cualquier cosa es posible, y la verdad no es tan importante como el realismo, como la dureza y la sordidez del mismo.

—«No se le puede hacer más daño a quien ha decidido como elección no sufrir». Es una cita de las páginas finales de la novela. ¿El pesimismo como forma de vida o como coraza?
—Si me pregunta por la novela, por la ficción, una mezcla de ambas: forma de vida y también coraza. A fin de cuentas, el pesimismo entendido como forma de vida todavía deja un pequeño resquicio a la esperanza, y no es necesariamente malo.

El espacio (mítico y asfixiante), la corrupción sexual y el protagonista, nos llevan a Juan Rulfo. ¿Se reconoce en él?
—En Juan Rulfo, un poco sí. Pero también, y por los mismos motivos descritos, en el José Donoso de El lugar sin límites, con ese territorio cerrado y malsano llamado Estación El Olivo, metáfora evidente del infierno. Y en Juan Carlos Onetti, con toda la crudeza de su Santa María, ciudad ficticia por antonomasia dentro de la literatura en castellano, y una de mis predilectas por su enorme capacidad de evocación y por la grandiosa mitología construida con maestría a su alrededor.

¿Qué tiene Villa de Santa María, de Comala o de Macondo?
—Como le digo, de Santa María mucho; o eso me gustaría. Quizá menos de Comala o Macondo, aunque todos estos lugares, y Villa no es una excepción, le deben mucho, puede que todo, a aquel otro condado de Jefferson de William Faulkner. El ambiente opresivo, la maledicencia de sus gentes, los proyectos desbaratados, las rencillas personales y los secretos inconfesables, con todo su equipaje de rencores, futuras traiciones y venganzas, se encuentran también presentes en este lugar al que he tratado de dar forma y algo de sentido.

La pregunta del millón: ¿es Villa quien corrompe a los apartados que habitan en ella o son los apartados quienes han hecho de Villa ese infierno que es?
—El infierno ha perdido su carácter divino: las personas, en este caso los personajes, son quienes crean el infierno. A mi modo de ver, y a estas alturas, de eso ya no cabe duda alguna.

En una palabra, ¿cuál es el sentimiento que le provocan a usted, como padre, todas las criaturas de esta novela? ¿Tiene alguna preferida, por la que sienta debilidad?
—Desamparo: una vez puestas en el mundo, casi todo depende de ellas; y por desgracia se empeñan en el fracaso. No me decanto por ninguna, sería difícil elegir. Sin existir claramente una exactitud biográfica, todas estas criaturas tienen algo de mí que las ata a mis entrañas.

Cuando se escribe, ¿uno siempre necesita saber hacia dónde va?
—Desconozco qué pasa por la cabeza de cada autor, pero yo sí que lo necesito. Sin embargo, cada personaje y cada situación conspiran de una manera muy diferente, a veces incluso contradictoria, para conseguir ese propósito final que yo me impongo y por el que ellos inevitablemente optan.

¿De qué escritor ha aprendido más y el qué?
—Siempre he abordado mis lecturas con afán de disfrute, siendo un lector activo, pero no en clave de enseñanza o aprendizaje. Por eso, si algún escritor me ha enseñado algo, ha sido de manera involuntaria; y si yo a pesar de todo lo he aprendido, ha sido inconscientemente; que a fin de cuentas es como mejor se recuerdan las cosas. No obstante, las influencias son inevitables, y demasiadas como para elegir sólo una. Cometiendo una injusticia con los demás, y lamentándolo, me quedo con el citado Onetti: en él, la palabra consigue dignificar las más pequeñas acciones, los personajes más ridículos, y poner a cada uno en su sitio. Creo que consiguió, partiendo de un universo limitado y particular, alcanzar a todos, representarnos de algún modo, darnos voz.

¿Cuál es su próximo proyecto?
—Uno que estoy deseando vea ya la luz, aunque tendremos que esperar todavía un poco, hasta el último tercio de este mismo año: un libro de relatos titulado La vida calcada que publicará la editorial mexicana-estadounidense Paroxismo: una editorial joven, independiente, que arriesga, apuesta y da cabida a escritores de aquí y de allá que están empezando. Creo que un autor no puede pedir más.

sábado, 23 de marzo de 2013

Javier Ruescas: "Cuando escribo, ni el hambre me saca de mi torre de cristal"

Entrevista de Care Santos
 
Javier Ruescas aún no ha digerido la noticia de que su primera novela realista para jóvenes, Play (Montena), vaya a ser adaptada a la televisión, y ya calienta motores para la salida de la segunda parte de su trilogía: el 9 de mayo llegará a las librerías Show, la continuación de las aventuras de Leo y Aarón, dos hermanos muy especiales, en el mundo de la música y el éxito. En esta entrevista, exclusiva para La Tormenta en un Vaso, el autor nos revela algunos secretos de su cocina de escritura, su relación actual con la literatura fantástica y sus planes de futuro.
 
 
Primera y obligada parada: ¿Por qué el mundo de la música?
—En realidad el mundo de la música fue bastante inesperado, el que yo conocía principalmente era el del cine y el de las estrellas del celuloide. Sin embargo, cuando me puse a plantear con calma la historia me di cuenta de que el universo de la música y de YouTube podían darme mucho más juego ya que han sido menos explotados en la literatura juvenil y por lo tanto son más desconocidos. Además, soy un melómano incontrolable y me pareció una buena excusa para rendir un pequeño homenaje a mis grupos y artistas favoritos.

—¿Usted es más Leo o más Aarón?
—Esta pregunta siempre cuesta responderla porque ambos son como dos buenos amigos. Me lo paso mucho mejor escribiendo los capítulos de Leo porque, a diferencia de su hermano pequeño, no tiene filtro y siempre suelta lo que se le pasa por la mente, como nos gustaría hacer a veces a todos. Sin embargo, con Aarón tengo más cosas en común, como la manera que tiene de entender el arte y su pasión por la música. Sería incapaz de imaginar la historia sin alguno de los dos.
—¿La fama corrompe, más o menos como el poder?
—La fama en realidad es un tipo de poder muy peculiar porque te la entregan las personas que te siguen y que te admiran por alguna razón, y es muy fácil considerar que si tanta gente cree que mereces la pena, es porque todo lo haces bien, cuando no siempre es así. Además, la fama implica un grado de exposición al mundo que otros poderes no tienen, y eso puede convertirse en un arma de doble filo.

—¿Por qué le interesó reflexionar sobre los efectos del éxito?
—Creo que en el mundo globalizado en el que vivimos, en el cuál cualquiera puede convertirse en una superestrella de la noche a la mañana, los peligros se multiplican. Sobre todo cuando esa fama se alcanza muchas veces sin un talento que la respalde. Tras advertir que cada vez más gente, sobre todo los jóvenes, quiere triunfar sin importar la razón ni los medios, me decidí a escribir esta historia en la que acerco lo que yo conozco del estrellato, sus luces y sus sombras, para que los lectores comprueben que no siempre es oro todo lo que reluce y que a veces esta gente a la que siguen millones de personas son las personas más solitarias que existen.

—Esta es la primera parte de una trilogía. Observo que no le teme usted a las largas distancias...
—La verdad es que no, y eso que cuando terminé de escribir mi anterior saga, Cuentos de Bereth, Play juré tomarme un descanso y escribir novelas autoconclusivas. Como se puede ver, no lo hice. Una vez empecé a trabajar en me di cuenta de que no iba a ser capaz de reflejar en un solo libro todos los aspectos de la fama que quería, por lo que restructuré la historia entera para poder desarrollar mejor la evolución de personajes, su relación con el mundo de las estrellas y así evitar de paso un ritmo demasiado precipitado.

—¿Volverá al género fantástico o le ha seducido más el realismo?
—El realismo me ha seducido muchísimo más de lo que imaginaba, y de hecho varios de mis próximos proyectos se mueven en este campo. Sin embargo, no voy a dejar de lado la fantasía. En concreto, uno de los próximos libros que publicaré y que terminé hace algunos meses será la primera parte de una nueva saga de fantasía ambientada en un mundo ficticio con aire circense. Prefiero no cerrarme ninguna puerta e ir probando y aprendiendo con cada nuevo estilo, realidad e historia.
 
—Es usted una persona multimedia. Está detrás de los booktrailers de sus libros, se preocupa de que tengan su banda sonora, canta en ella e incluso difunde contenidos en Internet aunando todas estas facetas. ¿Cree que la figura del escritor al uso, encerrado en su torre de cristal juntando palabras, ha muerto?
—No sé si ha muerto, pero al menos a mí me atrae mucho menos ahora que tenemos a nuestro alcance tantísimas posibilidades. Gracias a internet puedo ayudar con la promoción de mis libros, dirigirla, enriquecerla, y al mismo tiempo aprovechar para hablar con mis lectores. Cuando escribo, escribo, y ni el hambre me saca de mi torre de cristal. Pero cuando no estoy trabajando en eso, me encanta aplicar lo que aprendo por otros canales para dar a conocer mis libros.

—Antena 3 acaba de adquirir los derechos cinematográficos del libro. ¿Qué espera de ello?
—La verdad es que todavía estoy alucinando. Que te compren los derechos de tu libro es lo típico con lo que sueñas desde que escribes tu primer libro, aunque no sea el fin último que persigues. Ahora que ha ocurrido, lo único que espero es que llegue a buen puerto el proyecto y que el resultado sea positivo. Por lo que he podido hablar con la productora, parece que todos remamos en la misma dirección, y eso me alegra muchísimo.
 
—El 9 de mayo estará en librerías la segunda parte, Show. ¿Qué encontraremos en sus páginas?
—En Show volvemos a encontrarnos con Leo y con Aarón, que esta vez tendrán que enfrentarse a un peligroso reality show fuera de lo corriente. A mi entender, este libro tiene un poco más de todo: más romance, más música, más tensión, más secretos sobre la fama... Sólo me queda esperar que los lectores lo disfruten tanto o más que Play. A mí desde luego me ha pasado mientras lo escribía.

sábado, 9 de marzo de 2013

Víctor Sabaté: "No creo que escribir para cierto tipo de lectores sea una decisión que uno pueda tomar deliberadamente"

Entrevista de Care Santos


La primera pregunta es obligada. ¿Qué hay entre usted y Nathaniel Hawthorne?
—Hay una conexión inicial un poco azarosa, puesto que decidí utilizarlo como personaje porque encajaba con una parte de la historia que finalmente eliminé de la novela. Hay un grato descubrimiento: a Hawthorne yo lo conocía por Wakefield y por unos pocos relatos fantásticos, y no me parecía que me pudiera interesar demasiado el resto de su obra; sin embargo, al final sí lo ha hecho, sobre todo algunos textos autobiográficos considerados menores en su producción. Y hay también ese sentimiento de fraternidad diferida en el tiempo que llega a sentirse con un autor cuando hemos compartido con sus libros un período largo y continuado.
 
En la ficha biográfica que acompaña al libro confiesa usted que le gusta más leer que escribir. ¿Escribir es una consecuencia de leer, entonces?
—Cuando el futbolista Antonio Cassano publicó su segundo libro dejó esta maravillosa frase para la posteridad, que refuta esa afirmación: «Ahora puedo decir que he escrito más libros de los que he leído». De modo que no, escribir no es, necesariamente, una consecuencia de leer. Al menos no de manera general, y no estoy muy seguro de si lo es en mi caso en concreto.
 
El joven Nathaniel Hathorne es una novela que trata de libros y literatura. ¿Escribe para lectores con cierta cultura literaria?
—No creo que escribir para cierto tipo de lectores sea una decisión que uno pueda tomar deliberadamente; se escribe a partir de los temas que nos obsesionan y de nuestras afinidades literarias, y, claro, también limitados por nuestras capacidades. Supongo que, a pesar de que he intentado que la historia pudiera ser disfrutada por cualquier tipo de lector, sí puede decirse que es fundamentalmente una novela para lectores voraces. No sé si es lo que he querido hacer, pero es, en cualquier caso, lo que he sabido hacer.
 
Uno de los ejes vertebradores de la trama es una obsesión que suele afectar a los escritores: que otro se adelante a sus ideas, o que le ocurra lo mismo que a varios más. ¿Padece usted esta obsesión?
—Padezco (o padecía, tal vez con este libro la haya exorcizado) esta obsesión, como supongo que la padecerá casi cualquier persona que haya dedicado tiempo a imaginar historias. Varias veces he comprobado cómo algunas ideas que creía mías ya habían sido llevadas a cabo por otros, en ocasiones mucho tiempo antes y a veces después de que yo tuviera la idea. El principal consuelo, o la humillación añadida, según se mire, es que en la mayoría de casos termino por reconocer que esos textos que se me han anticipado son mejores que los que yo mismo podría haber escrito a partir de aquellas ideas.
 
Si tuviera que recomendar libros (ajenos) que hablan sobre libros, no podrían faltar los siguientes tres:
—No podría faltar alguno (casi cualquiera) de Borges, y otro (también casi cualquiera) de Vila-Matas, dos autores que, cada uno a su modo, escriben a partir de los textos de los demás. También añadiría El loro de Flaubert, de Julian Barnes, un libro que leí durante el proceso de escritura del mío, y que me hizo perder dos miedos: el miedo a incorporar partes casi ensayísticas en la novela, y el miedo a humanizar un poco el libro incorporando a las divagaciones literarias y metaliterarias una historia paralela mucho más personal sobre la vida del narrador.
 
Está claro que es usted devorador de literatura decimonónica inglesa. ¿Qué encuentra usted en esa literatura que le falte al XIX autóctono?
—Aunque había leído bastante (cómics, novelas de aventuras y best-sellers de terror), el primer libro que me impresionó, con 12 o 13 años, fueron las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. Desde entonces, leer cuento fantástico del XIX y principios del XX se ha ido convirtiendo a lo largo de los años en un hábito casi inevitable, y los autores que me gustan más suelen ser anglosajones, donde la tradición de la literatura de género ha sido siempre fuerte y diversa. En las literaturas española y catalana de esas épocas la tradición fantástica es bastante deficiente; hay excepciones, y algunas antologías han intentado rescatar ejemplos de ella, pero es innegable que no son ni remotamente comparables al talento acumulado en el ámbito anglosajón.
 
¿Qué escribe ahora?
—Escribo un libro infantil y algunos ejercicios de estilo, mientras termino de decidirme por alguna de las dos ideas para novelas cortas que me rondan desde hace tiempo.
 
 
Fotografías © Xavier Serrahima

sábado, 23 de febrero de 2013

Dolores Redondo: "Sería divertido despertar una mañana y encontrar bajo la almohada la novela escrita"

Entrevista de Care Santos

Dolores Redondo ha irrumpido en el mundo literario español de una patada. Con la publicación de El guardián invisible (Destino) ha conseguido lo imposible: que todo el mundo hable de su opera prima, una novela negra ambientada en los bosques de Baztán, protagonizada por la inspectora Amaia Salazar y de la que ya se anuncian dos entregas más. ¿La clave del éxito? Una acertada combinación de misterio, psicología femenina y elementos mágicos tomados de las leyendas populares vascas. En esta entrevista, la autora nos desvela las claves de su escritura.
 
¿Existe la novela negra para mujeres? ¿Es lo que usted hace o descree de etiquetas?
—Existiría la novela negra para mujeres si existiese la novela negra para hombres. No, no creo en las etiquetas, lo que si existe es una corriente de mujeres que escriben negra que no era tan común hace unos años.
 
¿Qué cree que tienen que aportar las mujeres a la novela negra?
—Indudablemente en las novelas escritas por mujeres vamos a encontrar matices propios , escenarios distintos, aspectos desde la visión femenina… pero las aportaciones a la literatura no las hacen hombres o mujeres , las hacen los escritores/as.
 
¿Es lectora de género negro? ¿Podría proponernos un sexteto ideal de sus autores preferidos?
Agatha Christie, PD James, Peter Straub, Norman Mailer, Kathy Reichs y Antonio Muñoz Molina en Invierno en Lisboa, una obra maestra. Puede usarse como texto para aprender a escribir negra.
 
En El guardián invisible se da mucha importancia al paisaje: el bosque de Elizondo. ¿Cuál es su relación personal con ese escenario?
—Tenía claro el argumento , la línea y muchos aspectos de la novela antes de decidir ubicarla en Elizondo y el valle de Baztán , llegué allí por casualidad y me enamoré del lugar , luego mientras me documentaba me iba dando cuenta de que la elección iba a pesar mucho en la novela por la fuerza natural, arquitectónica, el río, la mitología, y así fue… Este escenario creció hasta convertirse en personaje principal, influyendo, marcando y dirigiendo los pasos de los demás personajes.
 
¿Usted también tiene una tía que de pequeña le hablaba de criaturas legendarias?
—Una abuela. Por desgracia ya no la tengo para contarme estas preciosas historias. Que sea homenaje a esas contadoras de cuentos y leyendas que forjaron la imaginación de tantos niños y muchos escritores.
 
Parece que la tesis de cierta parte de la novela habla de las consecuencias de elegir el propio destino. ¿Cree usted, como dice su protagonista, que todos podemos elegir qué camino queremos tomar?
—Desde luego , y si no podemos, por lo menos nos mantendremos en la puja esperando a que la vida esté despistada para reconducirla a donde queremos ir y a lo que sabemos que merecemos.
 
Esta es su primera novela, pero da la impresión de que ha escrito usted mucho antes de darla a un editor. ¿Es así?
—Sería divertido y bastante mágico despertar una mañana y encontrar bajo la almohada la novela escrita , o que se escribiera sola como en aquella novela creo que era Tommyknockers de King en el que había una aparato que leía la mente y las escribía a chorro. Ninguna novela surge de la nada o de cero. Llevo escribiendo toda mi vida. Relatos cortos, relato infantil y juvenil, buscando mi sitio, dejando que madurase mi escritura y he de reconocer que por timidez. Una novela expone más al escritor e imagino que no estaba preparada, en 2009 se publicó mi primera novela, sin demasiada repercusión pero fue lo que me convenció de que tenía que poner toda la carne en mi siguiente trabajo.
 
¿Guardan inéditos los cajones de su escritorio?
—Guardan guiones, pero no soy muy partidaria de guardar mucho, precisamente porque tengo, como muchos escritores, una querencia exagerada a todo lo que he escrito y creo que a veces eso condiciona para comenzar un nuevo trabajo. Prefiero el cajón mental, lo que se olvida es que no tenía peso, con lo que queda seguramente se puede hacer algo bueno.
 

Imagen 1 © Alfredo Tudela
Imagen 2 © Blog de Negra y Criminal

sábado, 16 de febrero de 2013

Susana Hernández: "Los tópicos y los estereotipos están para ser dinamitados"

Entrevista de Care Santos
 
Susana Hernández reincide. Después de La casa roja, La puta que leía a Jack Kerouac y Curvas peligrosas, nos sirve ahora bien caliente su último banquete: Contra las cuerdas, una novela que sorprende por su agilidad, por sus amenos diálogos y por la originalidad de su protagonista, la subinspectora Rebeca Santana, de quien sus habituales conocerán algunos secretos que no desvelaron anteriores entregas. Lesbianismo, una trama negra-muy-negra y la ciudad de Barcelona como escenario son sus credenciales. El resto, la habilidad de la autora para tenernos en vilo de la primera la última línea. Los amantes del género negro deberían lanzarse sobre sus libros sin perder tiempo.
La literatura de temática gay se está "normalizando". Ya no se trata el asunto sólo como rareza. En ese sentido, su protagonista podría convertirse en una especie de abanderada de este fenómeno, ¿no cree?
 
—Sí, es cierto que poco a poco se trata la temática gay desde un punto de vista mucho más natural e inclusivo tanto en el la televisión como en la literatura. La verdad es que se agradece que se dejen a un lado ciertos tópicos. Es importante narrar sin estridencias ni dramas el mundo gay o lésbico. Desde luego, en ningún momento he tenido la intención de convertir a Santana en abanderada de nada, pero por lo que parece, el personaje está llegando a los lectores y eso puede ser una baza a favor de esa “normalización”. Si así es, bienvenido sea.
La novela negra se tiene por un género tradicionalmente masculino, pero usted parece dinamitar también ese axioma. ¿Es consciente?
 
—No cabe duda de que la novela negra es por tradición masculina y bastante machista. El papel de la mujer suele ser secundario, de ayudante del policía o detective protagonista, o de mujer fatal en las novelas clásicas. Un poco al hilo de la pregunta anterior, los tópicos y los estereotipos están para ser dinamitados. Sin embargo, no pensé en ningún momento cuando perfilaba a Santana y a Vázquez que dos subinspectoras de policía fuesen algo tan fuera de lo común. Tengo cierta facilidad para escribir sobre el universo femenino y por ese motivo elegí a dos mujeres como protagonistas.
 
Si tuviera que emparentarse con cinco escritores de género negro, ¿a quiénes elegiría?
 
Patricia Higsmith, Henning Mankell, Ruth Rendell, Vázquez Montalbán, Raymond Chadler.
 
La mención de Carvalho o Méndez, los personajes de Vázquez Montalbán y González Ledesma, parece obligada al hablar de sus novelas. ¿Qué le une a ellos?
 
—En primer lugar, es un honor la simple mención de Vázquez Montalbán y González Ledesma, referentes de la novela criminal barcelonesa. Supongo que el vínculo con ellos es Barcelona como espacio común y por extensión una cierta forma de entender la vida, más mediterránea, más relajada, con humor, que se refleja en las novelas y en las personalidades de los personajes.
 
La Barcelona del crimen es casi un género en sí mismo. ¿Por qué la eligió como escenario de sus novelas?
 
—Porque soy barcelonesa. Probablemente, si hubiese nacido en Madrid o en Vigo, no habría elegido Barcelona que está bastante explotada como escenario criminal, pero es mi ciudad y no me he podido resistir. Me apetecía escribir de mis calles, de mis playas, incorporar la ciudad a la historia y a las vidas de las protagonistas.
 
¿En qué trabaja ahora?
 
—En estos momentos me estoy peleando con la tercera entrega de la serie de Rebeca Santana que espero tener lista para dentro de un año, aproximadamente.  

sábado, 2 de febrero de 2013

Pablo Martín Sánchez: "Un rigor mal entendido puede derivar en rigor mortis"

Entrevista de Care Santos
Fotos de Pierluigi Greco y Teresa López Pellisa

Usted empieza su novela hablando del poder del azar en nuestras vidas. Pero al azar hay que saber escucharle, ¿no? ¿Cómo escucha usted al azar?

—Con suspicacia. El azar en la vida es estupendo, pero en la escritura es peligroso: puede funcionar muy bien como material literario, pero no como método de trabajo. Ya decía Italo Calvino aquello de que «la poesía es la gran enemiga del azar» y no puedo estar más de acuerdo: si me dan a elegir entre escribir un poema dadá y una sextina, elijo la sextina. En cualquier caso, al azar no hay que escucharlo, pues si te quedas escuchando corres el riesgo de no oír nada: el azar hay que provocarlo.

—Su anterior libro fue una colección de relatos. ¿Cómo ha sido el salto de los textos cortos a una novela de 600 páginas?

—El protagonista de uno de los relatos de Fricciones es el autor de una novela titulada El anarquista que se llamaba como yo, así que se podría decir que ha sido un salto al interior de mi propia obra. Una obra que concibo no tanto como una rayuela en la que alcanzar el cielo, sino más bien como un tablero de ajedrez habitado por un caballo que tiene prohibido pasar dos veces por la misma casilla. El primer salto me ha llevado a cambiar muchas cosas, incluso la manera misma de trabajar, pero sobre todo una: el aliento. Yo que he sido atleta conozco bien la diferencia entre un velocista y un fondista: para escribir un libro de relatos hay que tener mentalidad de esprínter; para escribir una novela hay que asumir el espíritu del maratoniano. Se podría decir que con El anarquista que se llamaba como yo he aprendido a respirar.
—Da la impresión de que está usted obsesionado con la meticulosidad histórica, el rigor, el dato, la cita. ¿La novela histórica debe ser rigurosa, en su opinión?
 
—Depende de lo que entendamos por riguroso. Si se trata de anteponer el rigor histórico al literario, no creo que deba serlo: yo soy de los que prefieren el anacronismo al anacoluto. Además, un rigor mal entendido puede derivar en rigor mortis, convirtiendo la obra literaria en un artefacto anquilosado, sin vida. Y el detalle debe servir justo para lo contrario: para encender la chispa de lo auténtico. Marguerite Yourcenar tiene un artículo muy interesante, titulado «Tono y lenguaje en la novela histórica», en el que viene a decir algo evidente: que no hay que obsesionarse con la verdad, sino con la verosimilitud; y que si hay que hacer algún sacrificio, que sea la Historia y no la historia la primera en pasar por el altar. Bueno, quizá Yourcenar no diga exactamente eso, pero eso es exactamente lo que yo quiero decir. Lo cual no me libra del virus de la meticulosidad: puedo llegar a ser puntilloso hasta el extremo de preguntar a cuatro amigos físicos cuál debe ser la longitud, la densidad y el diámetro de una viga de madera para que el protagonista de mi novela pueda colarse en la alcoba de su amada.

—¿No cree que siendo usted un confeso admirador de Queneau o Calvino habrá quien tome su novela por una invención?
 
—El término «novela histórica» no deja de ser un feliz oxímoron: toda novela es invención, y el que diga lo contrario miente. Basta que en un relato histórico se cuele un elemento de ficción para que el resto quede bajo sospecha. Es cierto que en El anarquista que se llamaba como yo he pretendido difuminar las fronteras entre realidad y ficción. Pero si hablamos de literatura, la verdad y la mentira no son más que prejuicios estéticos.

—Hay varios homenajes en la novela. El primero, a Blasco Ibáñez. ¿Cuál es su relación con el autor?

—Más bien fría, je, je. Hay muchos homenajes, ciertamente, pero quizá los más importantes sean los menos evidentes. En el caso de Blasco Ibáñez, yo no hablaría de homenaje. De hecho, es un autor al que he leído poco; o, como diría un amigo, lo he leído con displicencia. Digamos, más bien, que se cruzó en mi camino y no me quedó más remedio que convertirlo en personaje.

—Creo que ahora escribe microcuentos, ¿para compensar? ¿Para desintoxicarse?

—Para desintoxicarme no, ¡eso sería reconocer que estaba intoxicado! Pero para compensar quizá sí. Cuando terminé la novela, necesitaba un cambio, dar un nuevo salto en ese tablero de ajedrez del que hablaba antes. Y elegí el microrrelato fantástico. Durante dos meses escribí uno todos los días, intentando comprobar si era cierto aquello que decía Cortázar de que escribir novelas es el mejor entrenamiento para escribir buenos cuentos. Me habría encantado poder decir que escribí una novela de seiscientas páginas para escribir después un microrrelato perfecto de seis palabras. Pero no: el método más seguro para escribir un buen cuento es escribir seiscientos.

sábado, 26 de enero de 2013

Isabel Cienfuegos: “No sé si el ser humano está más conformado por células o por historias”

Isabel Cienfuegos (Madrid, 1954) es neumóloga y escritora, profesiones ambas que en su caso se complementan para aportarle una visión particular de la vida que se plasma en su escritura. Escribe desde los trece años y siempre ha sido una lectora voraz. Alumna desde hace bastante tiempo de los Talleres de Escritura Creativa de Clara Obligado, ha publicado varios cuentos en antologías y revistas. Mañana los amores serán rocas es su primer libro en solitario. En esta entrevista nos habla de sus referentes literarios, de su amor por la literatura y de las emociones que despertó en ella el tener entre las manos su primer libro.

Entrevista de María Dolores García Pastor.

Lleva muchos años escribiendo y ha publicado algunos de sus relatos en revistas y antologías conjuntas, ¿qué se siente al tener en las manos su primer libro en solitario?

—Ver el libro editado me emocionó muchísimo. Conocía la portada en imagen, había visto el texto en PDF, pero el “objeto libro” es algo más: un tacto, un peso, el grosor de las páginas, el tamaño, los colores de la imagen, el tipo de las letras, hasta el olor. Todo me sorprendió agradablemente, a pesar de conocer el cuidado y la calidad con la que edita Cuadernos del Vigía. Por otro lado tuve una sensación de extrañeza, de desconocimiento, como si no fuese mío, como si me regalasen un libro ajeno. Al parecer es algo que sienten muchos autores, y quizá tenga que ver con que los textos publicados, de alguna forma, se independizan del autor. Y también lo he vivido como la confirmación de un compromiso con la escritura, una especie de salvoconducto para dedicarme a ello de una manera más intensa.

Contaba en la presentación de Mañana los amores serán rocas que desde siempre ha mantenido una relación muy especial con la literatura como lectora pero, ¿cuándo empezó a escribir?

—Empecé a escribir de una forma habitual hacia los doce o trece años. Cuentos, poemas, notas personales, y también pequeñas obras que representaba para mis hermanas en un teatro de títeres que era uno de mis juguetes preferidos. Desde entonces he escrito de forma habitual, aunque mi compromiso con la literatura aumentó desde que entré en contacto con Clara Obligado y su taller y con la publicación de mis primeros cuentos en antologías y revistas.
¿Qué es para usted la escritura?

—Para mí la literatura es el territorio del placer. El placer de entrar en historias distintas de la propia, de conocer el mundo y lo que somos, de comunicarnos con otros más allá del tiempo, el espacio o las barreras culturales, manteniendo una conversación personal, íntima muchas veces. También el placer del sonido y el ritmo de las palabras, de la construcción del texto, del tejido de significados. Incluso el objeto libro, como ya he dicho, es fuente de placer. Leer me permite acceder a estos placeres que otros han preparado para mí. Escribir es, además, el placer de encontrar la historia y la manera en que va a ser contada. Y publicar, el placer de poder participar un poco más en esta conversación que es la literatura.
Es usted escritora pero también es médico, como dice uno de sus personajes “no está reñido lo literario con la ciencia”. Pero, ¿qué cree que aporta, en su caso, la medicina a la literatura y viceversa?

—Mi vocación por la medicina nace, lo mismo que la vocación literaria, de la extrañeza, de la necesidad de explicar lo que somos, lo que nos ocurre a los seres humanos. Para mí estas dos vocaciones no solo no han sido antagónicas, salvo por el hecho de que exigen las dos mucho tiempo, sino que se complementan de una manera que me es difícil explicar. Me produce un intenso placer ver la parte metafórica y narrativa de las explicaciones científicas. Y, después de muchos años de ejercicio de la medicina, no sé si el ser humano está más conformado por células o por historias.
 
¿Qué va a encontrar el lector en Mañana los amores serán rocas?

—Mañana los amores serán rocas es un libro de cuentos. Cuentos que tratan del amor y de las trasformaciones del amor. Se habla de diferentes tipos de amor. Amor maternal, erótico, amor a la manada, a la ciencia, amor que quiere trasformar a otro o amor de amigo. El libro tiene una secuencia temporal. El orden de los cuentos va desde la infancia hasta las edades maduras que contemplan el final de la vida. El único relato que no sigue la secuencia temporal ascendente es el primero, que cuenta la historia de una persona joven, narrada en presente y que trascurre en la época actual. Éste es un relato del ahora, pero con un guiño temporal hacia atrás, a Tiempo de silencio, de Martín Santos que dialogaba a su vez con El árbol de Ciencia de Baroja, ambos médicos, por cierto.
Se mueve usted muy bien en las distancias cortas, relato y microrelato, ¿qué tiene la ficción breve que le gusta tanto?

—Cada historia pide su forma. Pero es cierto que la ficción breve tiene algo especial. Cuenta con que cada frase y a veces cada palabra le trae al lector otras historias y más de un significado, lo que permite narrar con muy poco texto. Así que hay que elegir muy bien. Es como un puzzle endiablado en el que entran también, y a veces sobre todo, los silencios. Al hacerlo se tiene que mirar con mucha atención cada palabra/pieza antes de colocarlas. Se piensa mucho en ellas, se las acaba conociendo mejor y cogiendo más cariño si cabe. Y cuando se encuentra el lugar en el que multiplican su capacidad de contar, hay un placer muy especial. Tanto, que es un poco adictivo, puede convertirse en una obsesión, como dicen que les ha pasado a un grupo de escritoras actuales que se autodenominan “microlocas”
 
¿Ha pensado alguna vez embarcarse en una novela?

—De momento sigo escribiendo relatos, aunque la extensión de cada uno de ellos es diferente según lo que se quiere contar. No descarto que alguna vez esto requiera un formato más largo.
¿Por qué eligió como título ese verso de Lorca?

—El título forma parte de un verso de Lorca del poema Oda a Walt Withman, insertado en una estrofa que cito: Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo / por vena de coral o celeste desnudo. / Mañana los amores serán rocas y el Tiempo / una brisa que viene dormida por las ramas. Esta estrofa, de una belleza sobrecogedora, y que me ha acompañado a lo largo de mucho tiempo, se me impuso mientras estaba finalizando el libro, como si hablara de él en su conjunto y lo resumiera con la inigualable capacidad de nombrar que tienen los buenos poetas. Y el núcleo, de lo que hablaban los cuentos, estaba ya dicho en esas palabras que he tomado prestadas para el título y que son también un homenaje, y la expresión de cómo la literatura es una conversación interminable.

Se nota en su escritura que es una gran lectora, ¿nos podría decir cuales han sido sus autores de referencia, aquellos que cree que han marcado su obra?

—Creo que todo lo que se lee marca de una forma u otra. Levis Carroll y su Alicia y el Robinson de Defoe me sedujeron muy pronto metiéndome en el otro lado del espejo y, con Kipling, llenaron mi infancia de historias. Cervantes, Quevedo, Baroja y Valle-Inclán me llegaron en el colegio junto a Tolstoi, Flaubert, Turguénev y Chéjov que se ha quedado lo más a mano posible. A Martín Santos también lo leí por primera vez entonces y lo he releído con asombro más tarde. Proust me deslumbró desde la primera juventud y le he frecuentado toda la vida. Luego vinieron las Brontë y Poe, Rulfo, Arlt, Cortázar, Borges, Virginia Woolf, Colette, Nabokov, Henry Miller, Mercè Rodoreda, les Marguerites (Duras y Yourcenar), Calvino… Y desde luego Cervantes; en el Quijote está casi todo y no se puede encontrar a la primera, hay que volver de vez en cuando. Pero también les debo muchísimo disfrute a Irene Nemirovsky y Natalia Ginzburg, Capote, Carver, Bowles, Kavafis, que es un poeta muy narrativo, Flannery O'Connor, Sylvia Plath, Carson McCullers, Dorothy Parker, Clarice Lispector… Siempre he sido muy ecléctica. Últimamente estoy fascinada por Coetzee, Alice Munro y Bolaño. Y desde luego seguro que también me han influido Clara Obligado y algunas compañeras del taller como Carmen Peire y Carola Aikin con quienes tengo mucha complicidad, y escritores actuales que admiro como Andrés Ibáñez, Julián Marías, Monzó, Neuman, Merino, Tizón, Ana Mª Shua, Brasca, Muñoz Rengel, Paul Viejo, Jesús Ortega y Óscar Esquivias… Y seguro que me dejo alguno que recordaré luego. Todos ellos me han proporcionado muy buenos ratos y muchísima envidia sana, de la que vale para tomar nota y aprender.

Cuando una acaba de leer su libro se queda con ganas de más, ¿tiene algún nuevo proyecto en vistas?

—Sí, de momento sigo escribiendo relatos. Y creo que se están reuniendo. Igual tienen intenciones comunes, y se juntan, y forman otro libro. No me extrañaría nada.

jueves, 10 de enero de 2013

José Vicente Pascual: "Toda esa tramoya no me interesa en absoluto"

José Vicente Pascual (Madrid, 1956), novelista con más de tres décadas en activo, luce en su historial premios como el Azorín, el café Gijón, o el Alfonso XIII, habiendo sido también finalista del Nacional de Narrativa. Entre sus títulos a destacar, La montaña de Taishán (1989), Palermo del cuchillo (1995), Juan Latino (1998), El país de Abel (2002), Homero y los reinos del mar (2009) y Los fantasmas del Retiro (2011).

¿Qué razones históricas, literarias o de índole personal te han llevado a prescindir en tu novela de la Alhambra y preferir esta Granada que depende de Sierra Nevada?
—En La hermandad de la nieve intento contar y explicar el difícil, apasionante siglo XVI en el antiguo reino de Granada, una ciudad y un territorio que en la práctica no conocieron la edad media cristiana y que pasaron directamente del Islam como única visión del mundo al catolicismo de la época, con sus luces renacentistas y sus sombras integristas. Aquel “experimento” de convivencia entre cristianos y musulmanes acabó con una espantosa guerra civil (1568) en la que volvió a discutirse la hegemonía de poderes en el Mediterráneo, y con la posterior expulsión de los moriscos (1609). Para el desarrollo del argumento y la acción sobran estereotipos y lugares comunes. El mito del paraíso perdido nazarí es eso mismo: un mito que puede dar de sí para cierta literatura encandilada por el exotismo, pero de nada servía para mi novela. Los cuentos de la Alhambra de Irving son una delicada obra literaria, desde luego; pero son cuentos. Los casi 120 años de convivencia entre el Islam y la civilización cristiana en Granada no son ningún cuento sino una realidad histórica que merece ser tratada como tal, por lo que significó y por lo que podemos aprender de la experiencia.

Tus protagonistas son gente del común, pertenecientes a un gremio donde sus miembros se protegen solidariamente y en el que trabajan en condiciones muy duras, donde tiene también gran importancia la familia, por eso tu novela, además de entretener, ¿pretende defender ciertos valores?
—La novela está protagonizada por una saga familiar de neveros, gente que se ganaba la vida transportando nieve y hielo desde Sierra Nevada a la ciudad. El suyo era un trabajo duro que requería determinación, voluntad de ser y de permanecer. He querido ofrecer una visión de aquella época desde la perspectiva de la gente del común, los que vivían por sus manos, por dos motivos. Primero, porque aquellos conflictos políticos e ideológicos eran expresión, en última instancia y como siempre, de la lucha de clases: los ricos empeñados en serlo más todavía y los pobres en sobrevivir. Y segundo: porque la historia entendida como un asunto de intrigas palatinas, vibrantes hechos de armas, apasionados romances entre aventureros y princesas y toda esa tramoya no me interesa en absoluto. Me importa interrogarme por qué las familias nazaríes más pudientes se convirtieron al catolicismo con toda pompa en 1492; por qué siguieron siendo dueños de Granada y estaban encantados por haber cambiado de fe y conservado la bolsa. Las peripecias de los reyes que lloran por el Edén perdido y las sultanas de ojos cautivadores que estragan el corazón de rudos caballeros cristianos quedan bien para novelas de marujeo, pero un servidor, en su modestia, carece del mínimo talento para escribir esa clase de literatura.

Más de treinta años en la dura y desconocida profesión de escritor, ¿cómo se sobrevive?, ¿por qué y para qué se escribe?
  
—Desde que el panorama literario se convirtió en mercado editorial, dejó de tener interés para mí. No tengo ni idea de dónde estamos ni adónde vamos. No me preocupan las penalidades de las pequeñas editoriales ni los tejemanejes de los grandes grupos de comunicación. Llevo mucho tiempo en esto y tengo ya demasiado visto  como para asombrarme de nada. No sé si el futuro del libro está en el formato digital, en el papel o en ningún sitio. Yo sigo escribiendo porque es lo único que sé hacer medio decentemente y porque la literatura es mi vida. Con esas razones me basta. No me sobra porque no carezco de ambición; pero me basta. Este es un oficio solitario por naturaleza, de modo que, como dice el dicho: que cada cual se las arregle como pueda. Siento parecerle antipático pero es que soy granadino. No lo puedo evitar, oiga; ni habiendo nacido en Madrid y viviendo en La Coruña puedo evitarlo.
Respecto a los premios literarios y las grandes promociones editoriales, sólo tengo una prevención: que no se dé gato por liebre; que no se intente engañar a los lectores y se haga pasar la purpurina publicitaria por novelas de grandioso mérito. Aunque al final esas imposturas (casi todas), caen por la fuerza de la gravedad, o sea: por su propio peso y el razonable criterio de los lectores. Le pongo un ejemplo: que un autor especializado en best-sellers de misterio (casi todos inspirados en una película de Alan Parker) venda más libros que García Márquez, me parece estupendo. Pero que no nos vengan con la ocurrencia de que ese autor es como García Márquez. ¡Y de paso como Borges y Eco, nada menos! La publicidad está bien, se venden libros y todo el mundo queda contento. Pero bobadas las justas, por favor.

¿Qué puede contarnos de su próximo libro, seguirá trabajando en otra novela histórica?
—Quiero concluir una saga de historia-ficción donde se integren los elementos legendarios premedievales (con perdón por el terminajo), propios de las culturas germanas y célticas que dominaron el norte de la península ibérica desde finales del siglo IV: el reino suevo de Gallaecia, el reino godo de Tolosa (Aquitania, con influencia preponderante en el norte peninsular), los asentamientos de tribus y estirpes nómadas como vándalos y alanos... Toda esa vertiente histórica no se ha explorado nunca como venero literario en la narrativa española, yo creo que debido a la rápida implantación del cristianismo en la Hispania romana. Pasamos de los autores clásicos hispanorromanos a Los milagros de Nuestra Señora, de Berceo. Sin embargo, pervive un legado sin escrutar de las culturas céltica y noreuropea que merece nuestra atención. Y en ello estoy. De momento llevo escritas un montón de páginas. A ver qué sale...