martes, 24 de febrero de 2009

Care Santos: «Experimento al vivir un placer sin límites y tendré al morir una satisfacción sin límites»


—Tu obra suele articularse a partir de mecanismos de ficción y temas reales o de actualidad, pero en ningún caso la situaría en terrenos afines al Nuevo Periodismo, tampoco la considero híbrida (tal y como se entiende el término hoy en día, aunque toda literatura tiene su punto mestizo).
—Me interesa la realidad como punto de partida, no como fin en sí misma. Tiene que ver —supongo— con las razones que me llevan a escribir. Retener la realidad es una de ellas. Aunque no basta con eso. Si yo conociera de primera mano un crimen como el que narra Truman Capote en A sangre fría, contaría la historia del vecino que lo vio todo pero calló porque esa misma noche se la pegaba a su mujer con otra. Más que la realidad, me interesan sus intersticios, la grieta por donde todo se resquebraja. Y con respecto a las hibridaciones: hace tiempo que quiero escribir novelas que combinen géneros supuestamente populares y otras cosas. La novela de terror, el thriller de médicos, el realismo social, la novela sentimental e incluso la novela negra están en Hacia la luz.

—La voz siempre tiene un peso importante en tus proyectos. Muchas de tus novelas son monólogos entrecruzados o coros.
—La focalización narrativa me obsesiona. Llevo años obsesionada con la omnipresencia del yo en la narrativa actual, y creo haber encontrado una explicación que tiene que ver con la subjetividad como último reducto de la literatura en su enfrentamiento con el mundo audiovisual. Desde luego, la voz es la gran decisión de un novelista. No logras dormir tranquila hasta que consigues saber quién narra y por qué motivo. Siempre que puedo, recurro a la multiplicidad de voces. Es una dificultad que me divierte y que aporta a la historia una riqueza que la equipara con la propia vida. Al fin y al cabo, a todos nos gusta conocer distintas versiones de los mismos hechos.

—Has trabajado en la radio y tienes un libro (Solos) de aliento teatral.
—El teatro me interesa desde hace muchos años. Casi me convierto en directora. Estudié arte dramático, milité en grupos de aficionados e incluso llegué a cantar en una versión de La verbena de la paloma. Pero al final lo dejé y me he conformado con escribir sobre teatro en diferentes periódicos. Y he leído muchas, muchísimas obras.

—Da la sensación de que a veces tus intereses parten de la recuperación de testimonios (como en Los ojos del lobo, sobre el asesinato de Sonia Carabantes) o de su recreación (como en Trigal con cuervos, sobre el genocidio armenio).
—Retener la realidad es una de las razones por las que comencé a escribir. De pequeña escribía de forma obsesiva sobre las cosas que me rodeaban: los asistentes a una fiesta, los pueblos que dejaba atrás en un viaje por carretera… Anotar sus nombres en un cuaderno los libraba del olvido, de algún modo los redimía de algo… Sigo escribiendo obsesivamente cuando viajo. Lo anoto todo, todo. Sospecho que también en mis novelas trato de retener una realidad formada a partes iguales de sucesos y de las emociones que esos sucesos despiertan en mí. El asesinato de Sonia Carabantes, por ejemplo, llamó mi atención en un momento muy concreto de mi vida, después de haber dado a luz a una niña. Sentí la necesidad de escribir sobre la desesperación que provoca perder a una hija. Casi todas mis novelas tienen puntos de partida semejantes: suceso y emoción.

—Para evitar los convencionalismos de la realidad (nuestra opinión sobre las cosas), en Hacia la luz utilizas la fantasía (la descripción de aquello que no podemos ver o entender con claridad) aunque sin dejarte llevar por tentaciones kitsch (caprichosos paisajes del Cielo o del Infierno).
—Antes hablábamos de las grietas por donde la realidad se resquebraja. Lo sobrenatural es una de ellas. No sólo porque nuestros temores hablan de nosotros mejor que cualquier otra cosa, también porque forman parte de una especie de imaginario universal que todos compartimos: el miedo a la muerte, a lo que regresa del Más Allá, a traspasar cierto umbral desconocido, a la muerte como concepto abstracto, a la verdad demasiado desnuda… Son asuntos sobre los que —en mi opinión— vale la pena escribir. El problema es que se ha escrito mucho, y el lugar común (o kitsch) está demasiado presente. Hay que armarse de valor para permitir que algún fantasma se cuele en tu trama. Pero si lo hace con la misma naturalidad con que a veces lo terrorífico irrumpe en nuestras vidas, puede resultar muy estimulante.

—Los personajes principales de la novela parecen muertos en vida (por su pasado, por su inamovible posicionamiento ante las cosas o por su resignación).
— Un amigo me dijo una vez que mis personajes no piensan. Fue un comentario al que di muchas vueltas. Durante un tiempo traté de ponerle remedio. Pero van pasando los años, y mis personajes siguen sin pensar. Obran de forma impulsiva, llevados por sus vísceras. Creo que todos ellos han heredado lo peor de mí misma. En Hacia la luz, los únicos resignados son los moribundos, porque no les queda otro remedio. A los protagonistas yo los veo como auténticas locomotoras: se dejan guiar por sus intereses sin detenerse ante nada ni nadie.

—Al final, la novela invita a pensar que relacionarnos con la muerte nos proporciona una experiencia que a menudo queremos dejar de lado (por miedo, ignorancia o dejadez) como si no nos incumbiese.
—La ficción siempre invita a la toma de posiciones. El asunto de esta novela sé que espantará a ciertos lectores. Del mismo modo, me gustaría que permitiera, a quienes lleguen al final, ver las cosas de un modo menos dramático. Morir no es terrible si se ha disfrutado de la vida. Para disfrutar de la vida creo que no viene mal saber que la muerte acecha. Y para ello es imprescindible poder hablar sobre la muerte con naturalidad, sin esconder nada, sin recurrir a eufemismos, sopesando qué clase de muerte deseamos para nosotros y para aquellos a quienes amamos. Mientras me documentaba para la escritura, me refirieron el caso de un matrimonio que durante cincuenta años de convivencia jamás se habían atrevido a hablar del tipo de muerte que desearían. En aquel momento, el marido se hallaba conectado a un respirador artificial y la mujer no sabía lo que él habría deseado que hiciera ella en un caso así. Me pareció algo terrible. No vendría mal vivir pensando que moriremos. Ni morir pensando en lo que hemos vivido. De algún modo, es lo que dijo Maurice Blanchot: «Experimento al vivir un placer sin límites y tendré al morir una satisfacción sin límites».

viernes, 13 de febrero de 2009

Manuel Vilas: “El humor es la sangre de la inteligencia”

Si bien es cierto que Manuel Vilas había despertado con su narrativa muchísimo interés por parte de la crítica más arriesgada, es con España donde ya entendemos que hay un salto significativo. La mirada atenta de críticos como Vicente Luis Mora, la inclusión en antologías como Golpes, ficciones de la crueldad social (DVD, 2005) coordinada por Vicente Muñoz Álvarez y Eloy Fernández Porta y Mutantes: Narrativa española de última generación (Berenice, 2007) de Juan Francisco Ferré fueron pasos importantísimos para el conocimiento de muchos de lo que proponía Vilas y muchos otros autores, acerca de una narrativa que escapaba de las etiquetas más comerciales. Sobre esto, España y otras cosas, Manuel Vilas nos comenta.

—Cuéntanos cómo te preparas para escribir un poema, relato o novela. Cómo te inspiras previamente.
—No soy un profesional. No escribo durante mucho rato seguido. Necesito música para escribir. Y no cualquier música. Más o menos esta música: The Velvet Underground, Johnny Cash, The Who, Patti Smith, Lou Reed, Simon y Garfunkel, John Cale, Elvis Presley y Joy Division. A veces incluso Dylan.

España es una novela que en cierta medida plantea la crisis de la novela en términos estructurales ¿Cómo fue ese proceso de postura narrativa?
—El mundo está fragmentado. La historia de mi vida no tiene unidad ni de acción ni de espacio ni de tiempo. El caos está muy bien. Me gusta el caos. Me ilusiona el caos. El orden es una ilusión política que el siglo XIX incorporó a la novela. Luego Kafka y Joyce ridiculizaron ese orden de la novela del XIX, y ahora a ver qué hacemos. Eso, a ver qué coño hacemos ahora.

—Las identidades se disuelven y los personajes abundan en Psicologías que constantemente nos interrogan sobre la situación del sujeto en Occidente ¿Cómo vislumbras el futuro de este sujeto?
—La identidad también es una ilusión política. Lo que tenemos son deseos y ganas de cumplir esos deseos a cualquier precio. Ya lo dijo Nietzsche, que era un destructor de las ilusiones políticas modernas. El problema es la alternativa a esas ilusiones.

—¿Cuál es tu opinión acerca de lo que se suele entender por escritura Política?
—En realidad yo he llegado a la escritura política a través de la parasicología y de un deseo salvaje de ser libre. Soy un poco medium: oigo a los muertos decirme que los engañaron. ¿Quién los engañó? Les digo que vean el programa de Iker Jiménez. Todo está en la tele. He visto cuarenta veces El Resplandor de Kubrick.

—Jordi Carrión en una entrevista te preguntaba por la vinculación de España con obras del presente histórico del panorama español. Ahora quisiera extender esa pregunta a la vinculación de España con obras del presente histórico de la narrativa en general.
—Tendríamos que hablar de Ballard, entonces, y de David Foster Wallace. Me gusta mucho el dossier que el número de enero de la revista “Quimera” le ha dedicado a Foster Wallace. Por otro lado, la obra de Fernández Mallo ha abierto el camino de la renovación de la narrativa española.

—Algunos de los personajes de España, como el científico de Universos Paralelos, el Víctor Manuel de La Muerte de Patti Smith el Filósofo de María o el curioso orador de Fidel, último discurso, son personajes que llegan al límite producto de la inmensidad de sus deseos para luego caer abandonados en el absurdo. ¿En que medida el humor es trascendental para tu escritura y que tipo de lecciones tecnológicas crees que podemos tomar de las situaciones absurdas?
—El humor es la sangre de la inteligencia. El humor es una batería que acaba desgarrándonos los oídos.

—Ahora hablando de poesía, durante un tiempo cercano en Zaragoza están apareciendo interesantes voces poéticas. ¿Podrías dar tu visión del actual panorama poético aragonés?
—Zaragoza está llena de poetas. He hecho dos antologías con las voces poéticas más significativas de la actualidad. Remito a esas antologías, allí salen todos los nombres, o casi todos, alguno me habré dejado, obviamente. La novedad es que ahora hay escritores latinoamericanos en Zaragoza, eso es nuevo y tremendamente fértil.

—Para finalizar, en Diciembre de 2009 estuviste en Chile en el encuentro internacional Chilepoesía. ¿Cómo viviste ese encuentro y que pudiste apreciar de la poesía latinoamericana?
—Latinoamérica es poesía en estado de explosión política. Va a haber un ciclón. Me gustan los ciclones. Ciclones humanos, quise decir. Me gusta Neruda. Mi poesía es una mezcla de Neruda con Joy Division. Está bien esa mezcla. Me gustó mucho la casa de Neruda en Isla Negra. En la casa se conservan los zapatos de Neruda. Estuve mirándolos un buen rato. Me entraron ganas de ponérmelos. Latinoamérica es el futuro.