viernes, 14 de septiembre de 2007

Gusti y Lola Casas: La intención es disfrutar

Alicia Soria (texto y fotos)

Fue un filósofo más bien adusto quien dijo que la madurez es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que uno jugaba cuando era niño. Y, lo cierto es que tal es la sensación que me embarga charlando con Gusti y Lola Casas: reconozco en ellos la seria voluntad de jugar como niños en su edad madura.
Me cité con Gusti una tarde en que Barcelona estaba sumida en el caos a causa de un apagón que dejó a dos tercios de la ciudad sin ordenadores ni refrigeración. Ajenos al descontento general, nos sentamos bajo una buena sombra, y coincidimos en que era un momento perfecto para la reflexión.
«Hay aprendizaje en todos sitios», comenta Gusti mientras deja que su mirada corra en derredor. Acaba de mostrarme su admirable cuaderno de viajes, repleto de hermosos dibujos y bocetos tomados en lugares tan dispares como Quito o Collserola. «Tan sólo se debe estar atento...»

—Pero probablemente para mantener esa atención se ha de partir de una intensa curiosidad... ¿Tú haces un esfuerzo consciente para mantener ese interés infantil?
—Yo procuro trabajar de una manera espontánea y sin intención. Mi objetivo es disfrutar.

—En vista de tu prolífica obra, interpreto que ilustrar libros infantiles te proporciona buenas dosis de satisfacción...
—Sí, sí... ¡aunque hacer libros para niños es muy sagrado! Lo digo sin intención de santificarlo. Pero hay que tener en cuenta que crear libros para niños tiene una dimensión espiritual muy importante.

—Tu interés por esa dimensión ha tenido un peso notable en tu obra desde hace unos años. Tus viajes por Amazonia y tus experiencias en torno a la sabiduría tradicional y chamánica merecerían conversación a parte, desde luego. Pero también merece un momento de conversación tu interés por el mundo animal y su influjo en tus libros. Ernesto parece un buen ejemplo de ello...
—¡Claro! Los bichos tienen su espíritu, y cada especie tiene algo que contar. A mi me parece que en la evolución nosotros, los humanos, somos los más involucionados. Ernesto está dedicado a todos los felinos, y en especial al lince ibérico, que está en serio peligro de extinción, y dice algo así como que cada vez que desaparece un animal de la tierra un cachito de nosotros se va con ellos.

—Personalmente, agradezco un libro infantil protagonizado por animales que no vistan pantalón y corbata de lazo. Al plantearte la fisonomía de Ernesto y su universo, ¿cuál fue tu referente?
—Quería mostrar la naturaleza según sus normas. No tiene mucho sentido eso de que los animales se comporten como humanos, en la selva no podrían sobrevivir con esas reglas. El león Ernesto tiene hambre y quiere comida, así que busca entre los animales más apetitosos para zamparse el que más le guste... La naturaleza es bastante injusta, y mostrar eso también me interesaba.

—¿Utilizaste las técnicas mixtas y el collage por algún motivo en especial?
—Es un camino que empecé con Medio Elefante . En aquel momento me acababa de mudar a Collserola, y como me arreglé yo mismo la casa, la tenía repleta de utensilios y piezas. Mi mesa de trabajo estaba cubierta de tuercas y tornillos en lugar de mis habituales pinceles. Empecé a asociar formas con todos aquellos objetos: «esto se parece a los ojos de un avestruz, esto parece la crin de un caballo». Así que me puse a escanearlas y a integrarlas en mis ilustraciones. Llegó un momento que veía formas en todos lados. Aquellas Navidades mis amigos me regalaron, en lugar de los típicos obsequios, bolsas con montones de piezas: de bicicleta, de motores, de cualquier cosa imaginable...

—Sin embargo, la técnica no pasa por encima del contenido. El libro mantiene la expectación continua, incluso crea un suspense bastante cinematográfico. Hay momentos en que el lector puede ver a través de los ojos del león...
—Sí, hay páginas en que tú eres el león. Dicen en Chiapas que el león mata con la mirada... Si llegas a cruzar tu mirada con él, estás perdido. El animal depredado lo sabe, y se entrega. De todos modos, procuro no abusar de los recursos. Es algo así como la teoría del arco iris: necesitas algunas páginas con nubes, otras con sol, y el arco iris sólo debe aparecer en el momento clave. Entonces sí llama la atención.

—A lo largo de tu trayectoria has recibido numerosas muestras de reconocimiento por parte del público y la crítica.¿Te anima eso a continuar creando libros infantiles, o añade a tu trabajo una carga de responsabilidad adicional?
—A mí lo que me interesa es disfrutar. Aunque me alegro de que me den un premio y me inviten a cenar. Pero me interesa mucho más el poder del niño, eso me motiva más. Yo soy un chico grande, y ahora estoy aprendiendo mucho de mi hijo Théo. Porque si te eligen para un premio y tienes que hacer un libro buenísimo, lo mejor es agenciarse un hijo de entre 7 y 8 años al que le guste dibujar...

Pocas cosas pueden parar a Lola Casas: su energía es incontenible y contagiosa. De modo que, a pesar de que el catastrófico apagón duró aún un par de días más, se las ingenió para atender a mi llamada y tomar un café juntas con tal de charlar un rato acerca de Ernesto en particular y la literatura infantil en general. «Yo me divierto muchísimo escribiendo para los niños», me explica mientras agita uno de sus libros, que ha traído a montones, «y eso es lo que quiero continuar haciendo: pasármelo bien.»

—Gusti opina igual. Con razón Ernesto os salió tan gracioso...
— Sí, es importante trabajar con gente con la que te entiendas. Yo necesito trabajar en red, voy trazando una red de personas con las que comparto intereses y de ahí siempre salen cosas buenas. Gusti y yo ya hacía tiempo que hablábamos de trabajar juntos, pero la ocasión no surgió hasta que apareció Ernesto.

—El libro infantil permite al autor formas de colaboración más amplias que en otras ramas de la literatura. La relación entre escritor e ilustrador puede ser un buen ejemplo de ello, ¿verdad?
— Siempre he mantenido una estrecha relación con los ilustradores con los que he trabajado. Es un aspecto muy enriquecedor de la creación de libros infantiles, aunque no siempre es sencillo. En general, escribir para niños no es sencillo. Debes desarrollar una voz creíble, escribir con voz de niño, y eso es muy difícil sin sonar impostado ni falso. En ocasiones me preguntan porqué no escribo para el público adulto, y desde luego no es por comodidad. Simplemente, la literatura infantil me proporciona un público excepcional que me exige un esfuerzo constante. Cuando leo uno de mis poemas a los chavales y veo su reacción, es fantástico sentir cuándo he dado en la diana.

—Desde luego, partes de un conocimiento privilegiado del mundo infantil. ¿Cómo ha influido tu faceta de profesora en tu obra literaria?
— Yo he sido profesora de niños de todas las edades, y desde luego la convivencia diaria con ellos ayuda a comprender mejor sus gustos e intereses. Pero siempre he rehuido de la literatura pedagógica, no quiero que el afán por educar enturbie lo que escribo. De hecho, soy de la opinión de que los niños aprenden a pesar de los profesores: si no tuvieran maestros, también aprenderían. ¡Quizás hasta mejor!

—Sin embargo, Ernesto es un libro con mensaje...
—Es cierto, pero esquivamos la moralina. Los niños huyen de la pedagogía. Si quieres comunicarles una idea, debes hacerlo con grandes dosis de humor. ¡Y no sermonear bajo ningún concepto! El mensaje ya llegará a su destinatario... Algunas mujeres me han comentado que hicieron que sus maridos leyeran Ernesto. ¡Y por otra parte, hay niños de 18 meses que también lo están leyendo!

—Los libros ilustrados parecen dirigirse por defecto al público infantil, pero muchos de ellos podrían ser disfrutados por los adultos. Al fin y al cabo, Ernesto también habla acerca de la paternidad y el reparto de tareas familiares...
—Sí, nos salió un libro un pelín feminista (risas)... De todos modos, yo huyo de las “sobrelecturas” que hacen los adultos de los libros infantiles. Encuentran cosas donde no las hay. ¡No hay tantas “coñas”, simplemente se explica la vida!

—¿Crees hay cierta propensión a moralizar al público infantil?
—Tenemos tendencia a educar a los niños entre algodones, e incluso escribimos para ellos en esos términos. Pero el mundo no es de algodón, así que no puedes hacer niños de azúcar, ni de cristal... ¡aunque tampoco de piedra! Es importante que los niños adquieran valor para vivir. Si nuestros libros ayudan un poco a eso... ¡perfecto!

—Por último, resulta inevitable mencionar el eterno tema de los bajos índices de lectura de niños y jóvenes. Tú que compatibilizas tu labor de profesora con la de autora, ¿qué opinas acerca de esto?
—Es cierto que estamos pasando por un mal momento en la esfera de la educación, y quizá eso influya en la poca motivación de los chavales. Pero muchos nos esforzamos por acercar los libros a los niños, incluso por las vías más descabelladas. Por ejemplo, a mí me gusta mucho recomendar Heidi a algunos de mis alumnos más rebeldes. Al principio lo reciben con recelo, porque eso es “cosa de chicas”. Yo les pregunto: «¿Pero tú te has leído la obra original, la de Johanna Spyri?». Es una obra sorprendente, un canto a la naturaleza y a la libertad. Los que pican, vuelven para confesarme que el libro les ha encantado, aunque siempre me advierten de que “no les delate”.

—Es una suerte dar con un adulto que te guía en el mundo del libro cuando eres un niño. Seguro que muchos te quedarán agradecidos para siempre.
— Tal vez... Yo siempre les digo a los chavales que ser lector no es una obligación, sino un privilegio. Así que quien quiera disfrutar de él... ¡adelante!

Adelante, pues.